En este blog, ya he relatado varias veces diferentes experiencias especistas de mi pasado, sobre todo durante mi infancia, que seguramente no difieren tanto de la experiencia que pudo tener cualquier otro niño o niña, sobre todo en un pueblo. De esta manera, ya os he contado que tuve peces, o incluso animales salvajes que personas de mi familia me regalaban cuando se los encontraban, entre otras muchas vivencias que de vez en cuando recuerdo. Y hoy vengo, precisamente, a rememorar una experiencia de este tipo. O mejor dicho, varias experiencias, esta vez, en relación con las aves.
Como muchas otras personas, yo he tenido pájaros en casa, que por supuesto vivían en jaulas. Ahora mismo me horroriza pensar cómo podemos ser capaces de interferir en la libertad de otros seres sintientes de una manera tan extrema, aunque todavía hay muchas personas que ven esto como algo muy normal. Así, en mi casa han habitado varios canarios y periquitos. Mi primer canario, Pintas, fue el que más años vivió. Cuando murió, mi padre compró otro canario. Cuando este falleció, volvió a comprar otro. Y así sucesivamente, hasta los dos últimos pájaros que tuve, que eran periquitos. Aún conservo dibujos que hice de pequeña de mis canarios.
Pero nadie me explicó que estaba mal arrebatar a los animales voladores la posibilidad de volar. Hoy lo sé, y los dos últimos periquitos que tuve me lo demostraron, porque ambos escaparon de su jaula y jamás volvieron. Está claro que prefieren la libertad, y es muy probable que acabasen muriendo, pues nacieron en cautividad y no sabrían desenvolverse en la naturaleza, buscar alimentos y sobrevivir, pero ellos querían volar, precisamente, porque esa es su naturaleza. Ningún animal quiere pasar su vida en una jaula.

Los canarios que tuve nacieron y murieron en esa maldita jaula. Recuerdo que alguna vez uno de ellos se escapó por la casa y fue muy difícil atraparlo para volver a meterlo en aquel encierro, es normal. También recuerdo con cierto enfado cómo en las tiendas de animales nos ofrecían un alpiste que podía ser amarillo o rojo, dependiendo del color del canario, y que servía para avivar los colores del pájaro, aunque la dependienta dijo que era «para que esté mejor alimentado». Mis padres se fiaron de ella y compraron aquel alpiste que, en realidad, era veneno. Al principio, no había aparentemente ningún problema cuando el ave comía esta comida, pero cuando se terminó el envase, mi madre acudió a una pequeña tienda del pueblo a comprar más, y se encontró con que no tenían el mismo, así que se lo dieron de color rojo. El plumaje del canario, poco a poco, comenzó a volverse anaranjado, y cada vez era más rojo, y no cabe duda que era a causa de aquel alpiste. Pero eso no era todo, y es que para él, era algo adictivo. Si tenía aquel veneno, no comía nada más que eso. Cuando nos dimos cuenta, dejamos de dárselo, pero el animal no tardó en morir.
De todo esto aprendí, en primer lugar, que el color de las plumas de un ave no está para nuestro deleite, como tampoco su canto está para nuestro deleite. Un canto que, por cierto, significa que no quiere estar encerrado, y no que esté contento, como mucha gente piensa. Desde que se escaparon los dos periquitos, no ha vuelto a haber en mi casa ningún ave dentro de ninguna jaula. Y nadie ha vuelto a proponer comprar más, cosa que no me sorprendería pero que, si pasara, me negaría rotundamente porque ahora sé que los pájaros no son «mascotas«. Son aves que quieren ser libres. Ojalá algún día dejen de criarse para ser vendidos. Por suerte, uno de los puntos de la nueva Ley de Protección Animal es la prohibición de la venta de animales en tiendas. Espero que no tardemos mucho en aplicarlo.
4 comentarios sobre “No condenes al encierro a un animal dotado para el vuelo”