Ser sensible

Hace unos días, mientras escribía sobre la incoherencia de ser antitaurino y comer carne, me surgió una reflexión. De alguna manera, muchas personas que hoy somos veganas hemos empezado por rechazar las corridas de toros, la peletería, el tráfico de animales, el abandono de perros y gatos o cualquier otra lucha vinculada con los derechos de los animales. Sin embargo, no veíamos que en el plato de carne que nos comíamos también había maltrato. Es normal y no voy a criticar a nadie negativamente por ello, pues yo también fui así, y de hecho, estoy segura de que estas personas están más predispuestas a acercarse al veganismo que otras que nunca han mostrado sensibilidad ni aprecio por los demás animales.

Por eso, hoy voy a hablar un poco de mi historia y de cómo era sensible hacia unos tipos de maltrato, pero no hacia otros. Concretamente, yo empecé posicionándome contra la tauromaquia, contra la peletería y contra el abandono de animales.

Peletería

Recuerdo bien que el movimiento animalista solía centrarse mucho en la industria de las pieles cuando era pequeña, a finales de los años 90 o principios del 2000. No es que yo fuera activista o tuviera relación alguna con personas del movimiento con tan corta edad, pero sí me acuerdo perfectamente de ese momento en el que mis padres ponían el telediario y salían noticias sobre esto, e incluso llegué a ver referencias a esta lucha en alguna serie de televisión. Sin que nadie de mi entorno me hubiese hablado de ello y sin saber nada sobre las condiciones en las que viven o mueren los animales asesinados por su piel, ya tenía claro que yo jamás usaría prendas de este tipo. De hecho, yo me imaginaba que la ropa de piel se obtenía de animales cazados en libertad, como zorros o lobos salvajes, o de los restos de vacas o cerdos de consumo, pero no fue hasta que vi Earthlings cuando descubrí más sobre esta industria. Tampoco sabía que el cuero era de origen animal, después de haber visto siempre bolsos, relojes, zapatos, pantalones o chaquetas de este material, y en una época en que se puso de moda, me parecía incluso bonito, hasta que un día mi padre me comentó que era piel.

Con la lana, no veía ningún tipo de maltrato hasta que me hice vegana, porque toda mi vida he visto ovejas en mi pueblo y siempre me habían dicho que era necesario esquilarlas cuando llega el verano para que no pasen calor. Siendo así, no me parecía nada negativo, sino todo lo contrario, pensaba que le estaban haciendo un favor a las ovejas y que los ganaderos las querían mucho. Por supuesto, no fue hasta años después cuando descubrí de qué manera tan carente de sensibilidad se esquila a las ovejas de las ganaderías.

Abandono y tauromaquia

Otro asunto que también se comentaba en televisión algunas veces era el abandono de perros por parte de familias que los compraron por Navidad o los recibieron como regalo y cuando llegó el verano querían irse de vacaciones sin ellos. En este sentido, yo me imaginaba que todos los casos de abandono correspondían con estas situaciones, hasta que el día que visité una protectora y me dijeron que el abandono es atemporal, que no necesariamente aumenta en verano y que la mayor parte de los perros que acaban allí proceden de la caza y de la ganadería. En cualquier caso, este tema me causaba tristeza, porque no lo entendía, incluso antes de que mi primera perrita llegara a casa. Además, las conversaciones sobre ello eran bastante más frecuentes en casa que sobre otros asuntos relacionados con el maltrato animal.

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Realmente, he visto mucha televisión de pequeña. No tuve Internet en casa hasta el año 2005 o 2006, así que la única pantalla que me entretenía era la tele, aunque hacía muchas más cosas en mi día y mi madre tampoco me permitía estar demasiadas horas mirando el televisor. Pero también recuerdo ver manifestaciones antitaurinas en el telediario, a la hora de comer o de cenar, que me revolvían algo por dentro, no por la manifestación en sí, sino por la causa por la que se celebraba. Viendo a esos activistas, descubrí que había otras visiones en el mundo más allá de lo que escuchaba en mi familia o en el pueblo, donde los encierros son un gran evento cada mes de agosto. A estos asistí durante años, porque me llevaban (incluso una vez me llevaron a una corrida donde tuve que aguantarme las ganas de llorar), hasta que un día dije que no quería ir, y no volví. A eso también contribuyó el hecho de que en una ocasión, durante un encierro, un toro hizo temblar la plaza rompiendo las tablas de madera de las que se componía, y un ser humano murió corneado. No quería volver a vivir algo así, no por miedo a los toros, sino porque entendí que era un espectáculo violento que no me gustaba.

Mis padres no le dieron demasiada importancia a que comenzara a rechazar la tauromaquia, pero tampoco eran ellos quienes solían llevarme a esos encierros, sino mis tíos y abuelos, así que por una parte de mi familia y por parte de algunas amigas, empecé a recibir comentarios como: «hay gente que vive de los toros» o «en los encierros no mueren animales». Pero a mí me daba igual que no muriesen animales, y aunque quizá no me planteaba que lo pasaban mal y hasta pensaba que después eran devueltos al campo, yo tenía claro que no me parecía divertido. En cierto modo, ni siquiera cuando asistía me parecía divertido estar en un tendido sentada durante horas, pasando calor y viendo cómo los chicos del pueblo corrían y hacían el tonto delante del toro. ¿A quién pretendían impresionar?

Otros tipos de explotación

Sobre los circos y los zoológicos, tardé bastante más en darme cuenta de la realidad. De pequeña, me encantaban los animales, y siempre que un circo venía a mi pueblo, iba a verlo, deseosa de que la parte en que salían los tigres, las llamas o los leones. Es verdad, cuando aparecían los payasos o los malabaristas no disfrutaba tanto como cuando salían los animales. Y al igual que los circos, cuando tenía la ocasión de acudir a un zoo, lo hacía con muchas ganas. De hecho, una vez me puse muy triste porque no pude asistir a una excursión del colegio a un zoológico (que, por cierto, pocos años después fue cerrado por las condiciones tan malas en las que mantenían a los animales). Cuando empecé a informarme sobre la explotación animal, descubrí que ni los circos ni los zoos son paraísos para estos, sino todo lo contrario, son un infierno.

Respecto a la caza, nunca ha sido algo que me haya atraído, pero siempre ha sido algo muy cercano, porque en mi pueblo hay muchos cazadores y algunos de mis compañeros del cole eran sus hijos y llegaban, cada lunes, hablando de la caza de ese fin de semana. A veces, hacían comentarios tan fuertes pero que para ellos eran normales, que herían mi sensibilidad, pero yo no decía nada porque mi opinión sería la única o de las pocas favorables a los animales. De nuevo, sin saber mucho sobre la naturaleza, el daño que hace esta actividad o la crueldad que conlleva, tenía claro que no me gustaba.

Creo que estaba destinada a ser vegana, solo que no crecí en un ambiente de respeto hacia los animales, y no lo digo por mis padres, que tampoco han sido nunca demasiado cercanos a las tradiciones crueles de toros, matanzas o cacerías del pueblo, sino en general, por el pensamiento imperante en la zona donde he vivido siempre. Pero tarde o temprano, la información iba a llegar a mí, y yo no podía quedarme sin saber la verdad. Ahora actúo conforme a mis valores, y estoy segura de que otras personas que se muestran en contra de la tauromaquia, de la caza o de cualquier circunstancia de maltrato animal harán también la conexión, tarde o temprano, y dejarán de comer animales.

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