Una de las excusas más escuchadas para no adoptar a un animal es la de «no tengo espacio, vivo en un piso pequeño». Ese es también uno de los motivos de quienes adoptan perros para decidirse por los de tamaño pequeño, lo que causa que los de razas grandes pasen más tiempo en protectoras o perreras. En mi caso, el tamaño nunca me ha importado, así como tampoco me importa la raza (nunca he tenido un perro de raza, solo mestizos). En mi pueblo, tengo una casa lo suficientemente espaciosa como para que sea cómoda para perros y gatos. Pero tengo claro que si viviese con un animal en un piso pequeño de cualquier ciudad eso no sería ningún impedimento. Al final, cualquier perro o gato dispondrá de más espacio en un piso que en el chenil de la perrera.
Soy la primera que defiende que hay que reflexionar mucho antes de hacerse responsable de un animal, pues no son peluches que siempre están quietos o que no tienen necesidades. También hay que saber que es probable que un cachorro acabe con tus cojines o que un gato arañará tu sofá y se subirá por las estanterías tirando todo a su paso, entre otras cosas que todo el mundo debería saber antes de llevar a un animal a su casa, porque luego pasa lo que pasa: abandonos, devoluciones a protectoras, maltrato, falta de atención…
Pienso que todo eso es más importante que el tamaño de un piso. Un perro o un gato pueden ser los animales más felices del mundo en un piso pequeño siempre y cuando tengan cubiertas todas sus necesidades, como pueden ser los paseos, atención, tiempo de juego, comida y agua, arenero, etc. Por eso mismo, cada vez que un cazador nos recuerda que los animalistas nos preocupamos por sus perros mientras convivimos con uno en un piso pequeño, solo está demostrando que no sabe nada sobre perros. Porque mientras suelta ese tipo de frases sus perros están encerrados en jaulas, a veces encadenados y ladrando continuamente como si estuvieran pidiendo a gritos que alguien les saque de ahí.
Desde luego, un perro que vive en un piso y sale unas tres veces al día, con tiempo de paseo suficiente, que cuando llega a casa dispone de un lugar cómodo en el que descansar y de un cuenco con agua limpia para refrescarse, que juega con su humano todos los días y que recibe mimos y caricias está mucho mejor atendido que el perro del cazador que solo sale los sábados por la mañana (si es jornada de caza), que vive encerrado solo o con otros perros pero sin ninguna otra interacción y que tras la temporada de caza será abandonado. Creo que incluso está de más tener que explicarlo.
Por supuesto, un balcón tampoco es lugar para un perro ni para un gato, aunque esto es algo que, por desgracia, todavía se sigue viendo y cada vez que me aparecen imágenes de este tipo en redes sociales me pregunto cuál es el motivo que lleva a ciertas personas a meter a un animal en su casa del que después no se van a hacer responsables.
Otro tema es el de quienes alquilan pisos y no dejan entrar animales. De esto ya hablé la semana pasada porque lo estoy viviendo actualmente. Y ha sido, precisamente, en esta búsqueda de un hogar para mí y mi gata cuando ha aparecido esta reflexión en mi cabeza y me he dado cuenta de todo lo que todavía está mal en nuestra relación con los animales considerados domésticos.
Lo que no hagas por amor, mejor no lo hagas.*
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