La sociedad en general considera a los animales objetos que no sienten. Algunas personas hacen distinciones si se trata de perros o gatos, pero comer trozos de animales está normalizado, como también lo está usar cremas testadas en ratones, tener un coche con asientos de cuero, abrigarse con un jersey de lana en invierno o ir al zoológico como si de un museo se tratase.
Creo que la diferencia entre animales y plantas debería estar clara desde el colegio, aunque algunos nos siguen acusando a los veganos de «asesinos de plantas». La clave está en la sintiencia. Los animales sienten, las plantas no, aunque todavía se ve a ciertos influencers contradecir a la ciencia en este sentido. Por ello, no es comparable comerse una manzana con comerse un trozo de carne de cerdo. Un animal (como tú o como yo) que nació y fue criado con el único fin de ser explotado y posteriormente asesinado, como el que fabrica un reloj o un teléfono móvil. Pero el cerdo no es un producto, aunque así lo vean los empresarios cárnicos porque es la única manera de alimentar su negocio.
¿Por qué no en lugar de hablar de «jamón» hablamos de pierna de cerdo? ¿O de peces muertos en lugar de pescado? ¿O de trozo de músculo de vaca bebé en lugar de «entrecot»? Podría hacer una lista infinita de ejemplos, porque solo la forma como llamamos a los alimentos de origen animal ya es un indicador de que tenemos asimilado que son productos y no vidas, la mayoría de las veces de corta edad. Pero lo que molesta es que llamemos a una hamburguesa vegana hamburguesa o a la leche de soja leche.
Tampoco un ratón, un conejo o un primate son objetos sobre los que probar cremas, cosmética, perfumes, champús o detergentes en pruebas que, además, no demuestran nada sobre los efectos de un producto en la piel humana. Detrás de ese jabón o de ese lavavajillas puede esconderse una realidad de crueldad, sufrimiento y explotación en la que la vida es lo que menos importa.
Ni las ovejas son una fábrica de lana. Puede que sea necesario esquilarlas durante el verano, pero el trato que reciben en las ganaderías durante este proceso es de todo menos empático, como si no sintieran nada. No importa hacerles cortes ni heridas que después ni siquiera se molestan en curar como es debido. Solo importa obtener la mayor cantidad de lana posible en el menor tiempo. Como si fueran máquinas.
Ningún otro animal tiene una piel para proteger a los humanos del frío, pero hasta tal punto llega nuestro egoísmo que incluso nos creemos que es así inconscientemente. La peletería es una de las industrias más crueles, muchas veces con animales salvajes que jamás sabrán lo que es pisar el suelo en un bosque.
Las especies silvestres tampoco están para que las contemplemos encerradas en un zoológico. No son cuadros de una exposición. Ni son los zoológicos centros educativos, aunque así se vendan, pero aunque lo fueran, seguiría siendo cuestionable mantener animales encerrados el resto de su vida para lucrarse de la venta de entradas que atraen a niños ávidos de conocer cómo son los leones, los osos o los tigres, pero que no saben que viéndolos en un zoo no van a conocerlos realmente.
Y por supuesto, los animales no existen para nuestro entretenimiento. Y en este punto puedo referirme a festejos crueles como todos los que forman parte de la tauromaquia, a espectáculos televisivos que utilizan animales o a circos. Es difícil que disfrutes con cualquiera de estos tipos de «ocio» cuando sabes que hay sufrimiento detrás, pero a algunos lo que menos les importa es ese sufrimiento, con tal de pasárselo bien en algo que ni siquiera es divertido.
Me encantan los circos cuando no utilizan animales, e incluso me podría gustar un encierro sin toros, pero jamás disfrutaré de la violencia.