La pandemia fue otro golpe más para la tauromaquia que se unió al poco éxito de sus espectáculos entre el público y al gran rechazo social que provoca. Pero no ha sido su fin. Este sector sigue recibiendo subvenciones, y eso lo mantiene con vida aunque esté agonizando. Desde la irrupción de la COVID-19 y las consecuentes cancelaciones de encierros, corridas y eventos taurinos en general, tuve la esperanza de que esto acabaría con dicha actividad, aunque en el fondo era consciente de que mientras existieran las ayudas económicas, los toros seguirían siendo torturados en plazas y en las calles de los pueblos.
El 2020 fue, de esta manera, un año «tranquilo» para estos animales, pero ya en 2021 volvieron a realizarse algunos de esos espectáculos. En mi pueblo, este 2022 vuelven los encierros y corridas. Las calles se llenarán de nuevo de hombres, en su mayoría, ansiosos de exhibir una fuerza que no tienen. Y por eso mismo dirán que la minoría somos las personas antitaurinas, cuando las estadísticas dicen lo contrario. Y de nuevo engañarán a los niños con juegos que imitan encierros para intentar introducirlos en el mundo taurino desde pequeños.
Como en mi pueblo, otros muchos han retomado sus fiestas populares con toros tras la pandemia, mientras sus alcaldes se muestran orgullosos y ponen estos espectáculos como sus platos fuertes. Tal vez porque no se han planteado evolucionar. Tal vez porque no se dan cuenta de que no van acorde a los tiempos. Tal vez porque prefieren promover el salvajismo antes que otros eventos que sí son culturales y mucho más enriquecedores. Tal vez porque «se ha hecho toda la vida». Tal vez por un puñado de votos.
Eso también es la España rural que algunos tanto idealizan. La España atrasada que no quiere mirar hacia adelante y a la que ya hicieron referencia los ilustrados del siglo XVIII. Pero ahora, en pleno siglo XXI, la tauromaquia está dando sus últimos coletazos. Esta actividad no puede perdurar durante mucho tiempo más en un país que se supone que es «civilizado».

Y seguramente antes que los festejos populares se acabarán las corridas de toros, donde hay violencia explícita e innegable. Pero sin subvenciones, vuelvo a recordar, las ganaderías de toros serían inexistentes. Y no, no necesariamente estos animales se van a extinguir en tal escenario. Hay muchas maneras de conservar una especie y ninguna de ellas debe pasar por la muerte en directo como espectáculo, sería absurdo plantearlo con animales en peligro de extinción, al igual que sería absurdo plantearlo con otros sin este riesgo, como los toros, de la misma especie que las denominadas «vacas lecheras» o «vacas de carne».
Hemos puesto al toro de lidia tal apellido para diferenciarlo del resto de los ejemplares de la especie a la que pertenece, porque todos sabemos que son animales pacíficos, pero la tauromaquia prefiere definirlos como «bravos» o «fieros», en lugar de decir que son seres asustados que solo buscan defenderse de su verdugo. Y no solo están asustados en las corridas donde se les asesina, sino también en todo tipo de festejos taurinos, como esos encierros que algunos se empeñan en defender diciendo que en ellos no hay violencia.
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