El comienzo de febrero trae consigo el fin de la temporada de caza y el aumento de las tasas de abandono. Realmente, no existen datos oficiales que afirmen que a partir de este mes se abandonan más perros, pero las asociaciones de defensa animal hablan de unos 50000 canes abandonados por cazadores al año en España. Si tenemos en cuenta que anualmente se abandonan más de 160000 perros, tal vez si la caza con estos animales fuera ilegal, dejaríamos de ser uno de los países con la tasa de abandonos más alta.
Ilegalizar la caza con perros no es ningún disparate. Es algo que llevan reclamando las entidades de protección animal desde hace mucho tiempo, y de hecho, España es el único país de la Unión Europea que permite este tipo de caza en campo abierto, una cuestión que ya ha sido denunciada incluso por parlamentarios europeos. Todo ello mientras que en otros lugares, como Escocia, donde ya esta prohibido cazar con perros, se ha endurecido aún más la ley que limitaba esta actividad, aunque es cierto que en casos como este, se permite en casos muy excepcionales.
Sin embargo, parece ser que esta realidad continuará existiendo en este país. Ni los gobiernos de las comunidades autónomas ni el Gobierno de España tienen intención de prohibir el uso de perros durante la actividad cinegética, defendida hasta la saciedad por algunos de nuestros políticos. Y lo más probable es que estos perros ni siquiera estén incluidos en la futura Ley de Bienestar Animal, que se votará el próximo 9 de febrero en el Congreso de los Diputados. Así que desgraciadamente, seguiremos a la cabeza en la lista de países que más animales abandonan.
Mientras tanto, la sociedad reclama el fin de la caza, tanto con perros como en otras modalidades. Prueba de ello son las manifestaciones que hoy tienen lugar en diferentes ciudades de toda la geografía española, con el apoyo de otras capitales europeas.
Y si alguien duda de lo dañina que es esta actividad, solo tiene que acudir a cualquier protectora de animales, seguramente saturada, para darse cuenta de que abundan los galgos y podencos, curiosamente, las razas más utilizadas por los cazadores. Aunque a las protectoras llegan los más afortunados. El destino de otros es mucho peor, tal vez ahogados en un pozo, atropellados en cualquier carretera o colgados de un árbol.
Durante su estancia con el cazador, la vida de los perros no es demasiado envidiable. Para su propietario, el animal es una herramienta, una de sus armas para cazar a individuos salvajes a los que tampoco está justificado matar. No por defender a los perros hemos de olvidarnos de las otras víctimas de la caza.
Y como el perro es una herramienta para el cazador, no un individuo, este lo mantiene guardado hasta el momento en el que lo necesita, el fin de semana o un día festivo. El resto del tiempo, el animal vive encerrado, en una especie de perrera o en una finca con algo más de espacio, pero sin apenas interacción con los humanos, sin caricias, sin juegos, sin cariño, estresado. Los cazadores también utilizan a los perros como una forma de hacer negocios: las rehalas. Quienes vivimos en pueblos conocemos bien esta realidad.
Los perros utilizados para la caza necesitan protección, al menos hasta que llegue el ansiado día en el que la caza con estos animales sea prohibida, y también la caza en general. Porque esta actividad es violencia. Violencia con los perros, violencia con los animales salvajes y violencia con los humanos. Y la violencia no trae nada bueno.