Los animales no humanos no nos pertenecen. Son individuos con sus propias personalidades e intereses, a pesar de que nos empeñamos en someterlos. Habitualmente, decimos que un granjero tiene ovejas, que el vecino tiene un gato o que yo tengo un perro. A mí me gustaría que ese verbo «tener» se usara igual que cuando decimos «tengo un amigo» o «tengo un compañero», pero lo cierto es que solemos utilizarlo con un significado de posesión que denota que algo va mal en la sociedad en la que vivimos.
Lo cierto es que actualmente y durante prácticamente toda la historia, los animales se han considerado bienes que se pueden comprar o regalar. En muchos países es legal la venta de perros, gatos, hámsteres, conejos, canarios, periquitos, peces y otros animales en tiendas. Establecimientos que no se diferencian demasiado de una tienda de móviles, de una tienda de ropa o de una de alimentación. Bueno, realmente sí hay una diferencia fundamental: en estas últimas se comercializa con objetos, y los animales no son objetos.
Esa es la premisa de la que se debería partir cuando se debate sobre la venta de animales no humanos. Es cierto que hay muchos intereses de por medio en torno a este negocio. Un criador jamás se mostrará a favor de que se prohíba vender perros en tiendas y argumentará que de ello depende su familia o que cuida muy bien a los animales. Pero seguramente, lo que no hará será aceptar que trata a estos como objetos. De hecho, el 99% de la sociedad negará que los animales son objetos cuando se les pregunte por ello, si bien el trato que les damos deja bastante claro que no actuamos en consecuencia.
El propio hecho de que los perros, los gatos, las vacas o las gallinas tengan un propietario denota que los consideramos objetos, aunque en casos de maltrato o abandono será ese propietario legal quien sea denunciado, algo que no es tan probable cuando los animales no están identificados y no se puede probar quién era la persona que estaba a su cargo.
Pero más que «propietario» o «dueño», que es aún más feo, a mí me gusta decir «responsable» o «compañero humano», aunque como muchos niños, de pequeña decía «quiero un hámster» igual que decía «quiero una muñeca», y también me enseñaron que la perra que convivía con la familia en casa era nuestra y que nosotros éramos sus dueños. Esto me parece algo horrible que recuerda a las peores épocas de la esclavitud, y eso que en cuanto a perros y gatos, la consideración que tiene la sociedad de estos es mucho mayor que la que se tiene sobre otros animales, como los considerados de granja o los que mueren asfixiados en la actividad pesquera.
Y hablando de alimentación, efectivamente, las industrias de los productos de origen animal basan su negocio en la transformación de seres sintientes en objetos, o lo que es lo mismo, en convertir a una vaca en un filete, a un pollo en nuggets o a un cerdo en bacon; o en utilizar a los animales para dar lugar a productos como los huevos o el queso. La industria lo negará porque queda muy mal aceptarlo, pero es más que evidente que considera a los animales objetos. Solo hace falta escuchar a cualquier ganadero para darse cuenta.
Lo mismo sucede en los zoológicos, en los circos o en cualquier espectáculo con animales. Los intereses de estos, su bienestar y sus necesidades no se tienen en cuenta porque se consideran objetos y los responsables de estos lugares también adquieren a los animales de una u otra manera, puede que con dinero de por medio. Pero no, un elefante no debería estar expuesto en un zoo como un cuadro en un museo, ni en un circo como un acróbata. Así que si quieres ver elefantes, ponte un documental, y a ser posible, uno que haya sido respetuoso con los animales durante su grabación, pero no pagues una entrada a una cárcel.
Como la sociedad, el lenguaje es especista. Por eso, el dueño del circo dice que los elefantes son suyos (y legalmente así es), el ganadero dice que las vacas son suyas para que después el comprador del filete diga que ese trozo de una de esas vacas es suyo y yo digo que mi perra y mi gata son mías. Lo que me gustaría es que los demás entendieran que no me pertenecen, que cuando digo que «mi gata está durmiendo» se entendiera como «mi compañera felina está durmiendo», y no como el cojín que está situado encima de mi cama.