Así son las piscifactorías del Mediterráneo: lubinas, doradas o atunes confinados cuya cría contribuye a la sobrepesca

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Los peces acaban en las pescaderías vendidos a bajos precios como «sostenibles» y «saludables»

Lubinas, doradas, rodaballos, corvinas, e incluso atunes rojos capturados en el océano con redes de cerco y remolcados a las granjas de engorde donde pasan el resto de su vida. Son algunas de las especies que en España se crían masivamente en piscifactorías, vendidos en las pescaderías a precios reducidos que animan a la gente a comprar peces. Activistas de Greenpeace han recorrido la costa mediterránea, desde Almería hasta Alicante, para sacar a la luz la realidad de estas «macrogranjas marinas».

«¿Cómo vas a pensar que los recursos pesqueros están sobreexplotados si cada vez que vas a comprar está todo a rebosar», se pregunta Marta Martín-Borregón, responsable de la campaña de Océanos y Pesca de Greenpeace. Estos productos, además, se venden muchas veces como «sostenibles» o «saludables«, pero «te están engañando», señala. El pescado procedente de la acuicultura no solo tiene consecuencias sobre el ecosistema marino y nuestra salud, sino que además, únicamente puede producirse gracias al hacinamiento, el encierro, el estrés y la escasa movilidad de los peces criados.

En estado salvaje, las doradas o las lubinas alcanzan un tamaño mucho mayor al que adquieren en las piscifactorías. Estas granjas de peces utilizan derivados del pescado para alimentar a animales carnívoros como estos, lo que favorece aún más la sobrepesca, incluso en países donde el pescado es la principal fuente de proteína. «Estamos quitando alimento a personas que lo necesitan para engordar nuestras doradas y lubinas», indica Marta Martín-Borregón. Para producir una tonelada de harina de pescado con la que se alimenta a los peces criados en granjas, se necesitan unas cuatro toneladas de pescado fresco.

Los atunes rojos pueden alcanzar hasta 700 kilos de peso, pero su crecimiento es muy lento y con diez años puede que hayan llegado a los 200 kilos. Su engorde en cautividad requiere aportarles grandes cantidades de comida, hasta 20 kilos de pescado.

Otra consecuencia de la acuicultura es el grave impacto medioambiental sobre los océanos y su biodiversidad. Para el mantenimiento de las instalaciones, a menudo se utilizan alguicidas, bactericidas o antibióticos, entre otros productos que contaminan el agua o terminan en nuestro organismo tras comer pescado. A ello se suma la contaminación por nitratos provocada por la acumulación de restos de piensos y heces de miles de animales confinados.

Según Greepeace, en países como Chile o Canadá este tipo de granjas provocan la reducción de la biodiversidad de la zona donde están instaladas en un 50%. «Todos los organismos que viven en nuestros mares tienen un papel clave y si se descompensa algo, puede tener consecuencias graves».

Greenpeace mantiene abierta una petición que pide el fin de la pesca industrial y de la acuicultura, lo que incluye también el rechazo de la organización al proyecto de instalación de una granja de pulpos en Canarias.

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