Convivo con una perrita de 16 años. La primera vez que la vi fue en enero de 2006, cuando tenía unos dos o tres meses. Nació de una de tantas camadas no deseadas que no dejan de existir por la falta de concienciación sobre la esterilización. Su mamá era una podenca, así que ella es cruzada entre podenco y un perro desconocido, aunque realmente no se parece demasiado a un podenco, así que imagino que salió a su papá. Cuando la vi, a finales de ese enero de 2006, para ser una cachorra, me pareció grandísima, y la verdad es que tenía unos cuantos kilos de más que no ha perdido casi en ninguna etapa de su vida. Su primera noche en casa la pasó llorando, quizá extrañaba a su madre; el segundo día también lloró, y tenía mucho miedo.
Poco a poco, se fue acostumbrando a la familia y se ponía contenta cada vez que nos veía aparecer. Ha sido y es una perra muy querida, pero también ha sido muy traviesa: ha robado zapatillas a los vecinos, rompía todos los cojines hasta que mi madre decidió no comprar ni uno más, ladraba a todos los desconocidos y ha sido muy juguetona. También nos ha dado más de un susto, cuando una vez corrió despavorida después de escuchar petardos y no volvió hasta horas después, con heridas en las patas de a haber corrido tanto; o cuando ingirió veneno y estuvo a punto de morir.
A día de hoy, es imposible que Luna se escape cuando hay petardos, porque no los oye. Tampoco ve demasiado bien y hay que tener cuidado para que no se tropiece con las paredes o con cualquier obstáculo, y sus piernas tampoco son ya capaces de correr y ni siquiera de caminar a paso ligero. Su pelo ahora es blanco, no tiene la mejor dentadura y hay que ayudarla cuando sube o baja las escaleras, porque tiende a resbalar y caer; no tiene tantas ganas de salir a pasear ni reclama hacerlo en un horario determinado, y lo que más le gusta es dormir en el sofá. Eso sí, lo que no ha perdido son las ganas de comer, aunque su salud no es la óptima.
A veces, Luna hace pis durante la noche, y hay que limpiar al día siguiente. No lo hacía desde que era un cachorro. Al final, no hay tantas diferencias entre un cachorro y un perro anciano, ya que ambos requieren muchos cuidados y atención por su edad, exactamente igual que los humanos. Y es que la responsabilidad cuando se convive con un animal, es para toda su vida.
Adopciones
Mi perra ha tenido la suerte de vivir toda su vida en una familia que la quiere, no sé si sus hermanos tuvieron el mismo destino. Sin embargo, hay muchos otros perros que son abandonados mucho antes de llegar a la vejez, o que cuando llegan a esta, son dejados por su «familia» al considerar que se vuelven un estorbo. Así, acaban en perreras o protectoras de animales, donde muchos de ellos mueren sin haber sido adoptados, porque la mayoría de la gente busca cachorros a la hora de adoptar, quizá porque llaman más la atención, o quizá por la posibilidad de perder al animal antes de tiempo. A veces, con ocho años los perros ya son considerados mayores, aunque en el caso de Luna, sus ocho años han sido la mitad de su vida. Imagínate un perro con ocho años en una protectora, considerado anciano, al que le esperan otros ocho años más en ese lugar…
Por eso, hoy quiero animarte a que, si estás pensando en adoptar a un nuevo miembro de la familia, pienses en los perros o gatos ancianos, en los que nadie suele fijarse. Yo, desde luego, si en el futuro opto por otra adopción, no descartaré esta posibilidad, porque los perros mayores también ofrecen su cariño, también lo darían todo por ti y también merecen ser felices el tiempo que les quede de vida.
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