Es más que evidente que los seres humanos nos creemos superiores al resto de los animales, muchas veces sin darnos cuenta de que nosotros también somos animales. El consumo de productos derivados de estos, la peletería, las corridas de toros, la existencia de los zoológicos, los paseos a caballo, la caza o la pesca son solo algunas de las pruebas que demuestran que, efectivamente, nos creemos mejores.
Pero no es difícil darse cuenta de que los animales no humanos también son seres sintientes. Sienten dolor cuando se les hace daño, pero también pueden sentir placer; pueden estar contentos o tristes, emocionados o enfadados, pueden sentir miedo o amor… Y todo ello los hace muy semejantes a nosotros. Pero vivimos en un sistema que los explota y en el que nos sentimos cómodos, y es por eso que cualquier excusa nos sirve para catalogarlos como inferiores y seguir explotándolos. Nos autoengañamos pensando que tenemos el don natural de dominar al resto de los animales y a la naturaleza en su conjunto, porque no es fácil aceptar que aprovecharnos de ellos no está bien.
«Una vegana me quiere enseñar lo que está bien y lo que está mal». Nos dirán muchos, y acto seguido añadirán aquello de la superioridad moral. Pero lo cierto es que sí, explotar animales está mal, al igual que la trata de personas está mal, que el tráfico de armas está mal y que la esclavitud también lo está. ¿O alguien va a venir a decirnos lo contrario? Seguramente, en el pasado muchos justificaron la esclavitud por la supuesta inferioridad de los esclavos. Excusas para perpetuarla. Nada diferente de lo que hoy sucede con los animales.
Y no, las personas veganas no nos creemos superiores a nadie por el simple hecho de ser veganas. Por eso mismo lo somos, pero es más fácil acusarnos de superioridad moral que reconocer que explotamos a los animales, que los maltratamos, que los matamos sin necesidad, que a veces nos divierte ver espectáculos de tortura hacia estos, que los condenamos a la cautividad o, en definitiva, que no los respetamos.
Ayer, 10 de diciembre, celebrábamos el Día Internacional de los Derechos de los Animales. Unos derechos para muchos inexistentes y carentes de sentido. «Los animales no tienen derechos porque no tienen obligaciones«, afirman en lo que, aunque sea de modo inconsciente, es otra de esas excusas para seguir creyendo que estamos por encima y podemos seguir explotándolos sin consecuencias porque «están para nosotros».
Pero no. Esa idea propia de algunas religiones de que los animales no humanos, o la naturaleza en su conjunto, han sido creados para nuestro aprovechamiento y disfrute sigue siendo una excusa, independientemente de la religión que cada uno profese.
Sujetos de derecho
Cuesta mucho reconocer que los animales son sujetos de derecho, porque eso los equipararía a nosotros, y preferimos seguir pensando que podemos utilizarlos porque son inferiores. Por eso se dice aquello de que no tienen obligaciones. Y efectivamente, no las tienen. Pero tampoco las tienen los bebés recién nacidos, o las personas con Alzhéimer, o las discapacitadas, y a nadie se le ocurriría afirmar que estas no tienen derechos.
Los derechos no son una cuestión puramente humana. No somos tan diferentes a los demás animales. Tal vez hemos construido ciudades, vamos a comprar a centros comerciales, acudimos a trabajar cada mañana o vemos la televisión por las tardes, pero lo creamos o no, somos animales. Animales más vulnerables de lo que pensamos, aunque no tan vulnerables como los cerdos a los que criamos para obtener el placer innecesario de un jamón; como las vacas a las que obligamos a parir continuamente para obtener leche; como los visones hacinados de los que se hace un abrigo que no necesitamos; o como el gorila que vive encerrado en un zoo.
Y por eso mismo, los animales sí deben ser y son sujetos de derecho. Reconocer esto es fundamental para avanzar hacia el futuro. No hablamos del derecho al voto. Los intereses de los animales no humanos, que los tienen, van mucho más allá de eso. Como mínimo, podríamos empezar por su derecho a ser respetados.
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