Hace aproximadamente una década, términos como «veganismo» o «vegano» empezaron a ser familiares a los oídos de personas que hasta entonces los desconocían, en buena medida gracias a Internet. A la vez que estas palabras dejaban de sonar extrañas, influencers y youtubers que creaban recetas plant-based comenzaron a ganar seguidores, mientras se extendía el rumor de que el veganismo era una moda. Un rumor que diez años después, seguimos escuchando.

Lo que no seguimos viendo son las recetas plant-based de muchos de aquellos creadores de contenido, porque un mal día, decidieron subir un vídeo o un post en el que explicaban que ya no eran veganos. Algunos siguen subiendo recetas en Instagram, pero ahora con huevos, lácteos, carne o peces. Y así fue como inventaron un falso veganismo de quita y pon que ha hecho mucho daño a un movimiento ético que lucha por la liberación animal. Ningún rescate de un animal por un santuario ha captado tanto la atención de los medios de comunicación como ese vídeo o ese post.

En el ámbito hispanohablante, el caso más sonado fue el de Rawvana (ahora Yovana), mexicana afincada en Estados Unidos que se inició en YouTube promoviendo un estilo de vida crudivegano, para después dar el salto a una dieta cien por cien vegetal con alimentos cocinados, y más tarde descubrirse que había incluido productos de origen animal en su alimentación. Hoy podemos verla cocinando pescado al horno mientras nos sigue dando los mismos consejos de salud carentes de profesionalidad y base científica que un día la llevaron a achacar sus problemas digestivos al veganismo. Si antes nos recomendaba un jugo verde para sustituir la cena, hoy nos pide que probemos su café sin mohos.

Un caso similar fue el de otra youtuber latina, Gastrawnomica, que siguió exactamente el mismo proceso antes que su amiga Rawvana. Ambas alegaron que lo habían hecho por problemas de salud. En España, la creadora de contenido Venu Sanz siguió los mismos pasos, aunque si hay un caso que ha indignado al colectivo vegano es el de Dulcinea, youtuber a la que conocimos desde que era vegetariana, fundadora de la Reserva Wild Forest a la que hoy podemos ver recolectando huevos de colores de sus gallinas ornamentales, utilizando la lana de sus ovejas o decorando su casa con cuernos de ciervos mientras defiende la ganadería regenerativa.

Algunas de estas personas siguen acumulando un buen número de seguidores en sus redes sociales, en su mayoría de personas ajenas al veganismo que ya estaban antes o que han llegado después del cambio.

Patrones comunes

Hay algunos patrones comunes que se repiten en estos influencers, y es que la mayoría afirman que padecieron problemas de salud asociados a haber seguido una dieta cien por cien vegetal. También coinciden en sus escasas alusiones al veganismo como posicionamiento ético cuando decían ser veganos. Curiosamente, se repite en muchos de ellos que han pasado de defender la alimentación sin animales a romantizar la vida rural, la ganadería extensiva o regenerativa, en un discurso cargado de clasismo que opta por ignorar la accesibilidad y la sostenibilidad de un kilo de garbanzos en comparación con un kilo de carne de pasto. Porque la ética hace tiempo que la ignoró.

Otro patrón común es que siguen dando consejos peligrosos, no solo dietéticos, sino también en ocasiones anti-ciencia, anti-vacunas y anti-medicinas. Pero eso también lo hacían antes, cuando nos recomendaban un jugo verde détox para desintoxicarnos… ¿De qué?

Una década después, las personas veganas somos capaces de establecer como una red flag esas cuentas de recetas plant-based que se atreven a dar consejos de salud sin ser profesionales; y a quedarnos con aquellas que se limitan a explicarnos cómo preparar una lasaña vegana, un cocido sin carne o leche de avena casera. También podemos predecir que las primeras algún día (no) nos sorprenderán con el post de que dejan de ser veganas, aunque lo más responsable por su parte sería ahorrarse ese post. ¿Pero qué saben de responsabilidad cuando utilizan el hashtag #detox y similares?