Todos tenemos en mente la típica imagen de la granja familiar con sus cuatro o cinco gallinas, algún gallo y pollitos correteando entre la hierba. Pero, ¿esto es real? Está claro que, si existe, no es precisamente lo que da lugar a la producción de huevos que venden en los supermercados, sino que se encuentra en ámbitos más privados y muy concretos.
Como persona nacida en un pueblo y que, actualmente, sigue viviendo en el mismo municipio, he visto gallinas en todas las condiciones, algunas más libres, otras en espacios más cerrados, otras en lugares bastante sucios, etc. Casi nunca hay pollitos y no siempre hay gallos, puesto que el interés de las personas en las gallinas está en los huevos, y el gallo no les es productivo en este sentido. Cuando hay gallos, suele haber solo uno, para evitar peleas, y casi siempre acaba asesinado y cocinado para alguna ocasión especial. Después de esto, a veces es reemplazado por otro que sufrirá el mismo destino.
Empecemos por el principio
Tras esta breve introducción, si te cuestionas cuál es la razón por la que las personas veganas no comen huevos, ni siquiera los de este tipo de gallinas, te invito a que te preguntes de dónde proceden estos animales. Porque las gallinas no nacen mágicamente en la finca familiar, sino que suelen ser compradas en establecimientos donde, hasta el momento en que se venden, viven hacinadas en jaulas, con miedo y sin poder moverse. He visto comercios de este tipo varias veces en ciudades, pueblos y también en puestos de mercadillos. Y he observado cómo, varias veces al mes, llega un camión repleto de gallinas para estos mercados, porque la gente que las compra busca animales jóvenes, con muy poco tiempo de vida, para que sean más productivos en cuanto a los huevos, por lo que cada poco tiempo estos comercios necesitan provisionarse de gallinas nuevas. No me quiero imaginar qué sucede con las que no se venden.
En cierta medida, podemos pensar que, si estas aves se encuentran en tan malas condiciones en ese tipo de tiendas, al final quienes las compran les están «salvando la vida» porque las van a llevar a un lugar donde no van a vivir enjauladas ni hacinadas. Y puede que las gallinas agradezcan pisar la hierba, comérsela, darse baños de tierra o correr en espacios más amplios, pero pagar por ellas significa mantener el negocio de la venta de estas. Si quienes se dedican a ello ven que hay demanda, se seguirán criando más y más gallinas para esta finalidad. Es duro ver a las gallinas encerradas y sin espacio, pero no contribuir a ese negocio significa, de verdad, salvarles la vida, aunque parezca contradictorio.
En el pueblo
Una vez que las gallinas han sido compradas y trasladadas hasta el pueblo en el que van a vivir, esto no siempre es una garantía de que su vida vaya a ser idílica. Como he dicho, existen gallinas de pueblo en condiciones de todo tipo, en pequeños corrales, en fincas amplias, en espacios cerrados con suelo de cemento o con paja, en cuadras diminutas… Por tanto, que sean para consumo familiar no implica que vivan mejor que, por ejemplo, las gallinas camperas o las de los huevos ecológicos que venden en los supermercados. De hecho, muchas veces los humanos optan por mantenerlas en sitios de reducido tamaño para evitar que las gallinas pongan los huevos en cualquier parte y que luego no puedan encontrarlos.
Pero dejemos de lado la forma en la que viven estas gallinas y hablemos de la producción de huevos en sí misma. Lo normal es que las gallinas de pueblo sean las denominadas «ponedoras«, ya que el mayor interés de quienes las han adquirido por dinero radica en los huevos, y los vendedores no van a comercializar cualquier tipo de gallina. Estas aves están seleccionadas para que su puesta sea muchísimo más alta que la de una gallina de otras razas, de manera que pueden poner al año unos 300 huevos. Esto las acaba desgastando y, aproximadamente a los dos años, dejan de ser productivas.
¿Y qué hace el señor o la señora del pueblo cuando las gallinas dejan de poner huevos? Caldo. O lo que es lo mismo, matarlas y sustituirlas por otras, volviendo otra vez al negocio de la venta de estas aves. Suena muy duro, pero es así. En mi caso, mis padres, que están muy lejos del veganismo, tienen gallinas y nunca van a ser asesinadas porque no permitiría tal cosa. En supuestos como este, en los que los humanos no se atreven, no pueden o no quieren matar a sus gallinas, podríamos pensar que no hay ningún problema en comernos sus huevos. Pero esto tampoco es así. Si estas aves no son asesinadas, lo más probable es que acaben muriendo mucho antes de llegar a su esperanza de vida por tumores u otras complicaciones asociadas a la ingente cantidad de huevos que ponen, para lo cual han sido seleccionadas. De nuevo, los huevos son el problema.
Entre las gallinas de mis padres, las hay de diferentes razas, y puedo asegurar que se nota muchísimo la diferencia entre las consideradas «ponedoras» y las demás, tanto en el número de huevos que ponen como en los años de vida que alcanzan.

¿Y qué pasa con los huevos?
Reconozcámoslo: la mayoría de las personas que comentan a un vegano o vegana que podría optar por huevos de este tipo de producción más familiar nunca han consumido dicho tipo de huevos porque, principalmente, no se venden en grandes superficies, sino que forman parte de un ámbito más privado. Quizá piensan que los huevos del supermercado proceden de gallinas felices de la granja del abuelo, pero como ya hemos dicho, esto no se cumple, ni siquiera en los pueblos.
Y si el veganismo rechaza el consumo de productos de origen animal, los huevos no iban a quedar excluidos de este posicionamiento, independientemente de su procedencia. Pongámonos en el caso de que tenemos unos huevos que han sido puestos por las gallinas más felices del mundo, libres y muy bien tratadas y alimentadas, a las que no falta de nada y no van a ser asesinadas después de dos años. ¿Pasaría algo por comernos esos huevos? Técnicamente, no, pues a la gallina no le va afectar enormemente. Lo que ocurre es que estas aves pierden mucho calcio con la puesta, sobre todo las que han sido seleccionadas para ello. Por eso, la opción más ética es devolver esos huevos a las gallinas y, literalmente, romperlos contra el suelo para que ellas mismas se los coman y recuperen ese calcio que han perdido.
Pero, ¿quién querría comprar gallinas para pasarse los días estrellando huevos y no obtener ningún beneficio? Nadie. Si lo vemos desde el punto de vista del interés que tienen las personas en las gallinas, tampoco es ético comerse sus huevos, ya que no son un medio de producción, sino un ser sintiente.
En definitiva, la selección, la pérdida de calcio, el asesinato después de los dos años, el interés o las condiciones de vida son motivos más que suficientes para no comer huevos, a lo que hay que añadir que no los necesitamos ni son imprescindibles en nuestra alimentación. Aún hay personas que piensan que los veganos o veganas no consumen huevos porque de ellos nacen pollitos. Esto no es cierto, si los huevos no han sido fecundados es imposible que nazca un pollito, y si un huevo ha sido fecundado pero no incubado por una gallina, aunque lo dejemos los 21 días necesarios para que nazca el bebé, es imposible que esto suceda. A esto sumamos que, en la mayor parte de granjas solo hay gallinas y sin la intervención de un gallo tampoco puede darse el caso de que de sus huevos vayan a nacer pollitos.
También hay quienes piensan que es más saludable comer huevos ecológicos o de granjas familiares que comer huevos de gallinas criadas en jaulas. Realmente, no hay grandes diferencias nutricionales ni culinarias, aunque sí puede haberlas en el color o en la facilidad para pelarlos.
Por tanto, si no comemos huevos, es por la explotación existente en esta industria, más allá de que las gallinas sean de pueblo o de macrogranja.

16 comentarios sobre “¿Las gallinas de pueblo son felices?”