Si ya nos cuesta empatizar con las gallinas explotadas por sus huevos, con las palomas que algunos consideran plaga o con los patos y ocas sobrealimentadas para conseguir paté, muchísimo más nos cuesta empatizar con los insectos, quizá porque interactuar con ellos es bastante más complicado que hacerlo con un mamífero, porque no vemos ninguna semejanza entre estos y los seres humanos, y sobre todo, por desconocimiento.
Pero no solo no empatizamos con los insectos, algo que, en cierto modo es entendible a menos que tengamos un especial interés por estos animales, sino que muchas veces, nuestro primer impulso cuando vemos a uno de ellos es matarlo. Y da igual si es una avispa que podría picarnos o una hormiga inofensiva: lo primero que se nos viene a la cabeza es acabar con su vida, lo cual me hace pensar que actuamos así porque se trata de un insecto, independientemente de si este supone un peligro o no. Quizá, en nuestro subconsciente sí pensamos que podría atacarnos, o quizá, como dice mucha gente, «nos dan asco». Nuevamente, desconocimiento (y un poco también esa creencia de superioridad que va asociada al ser humano). Porque pensamos que estos animales no tienen ningún tipo de inteligencia, cuando en realidad no sabemos nada sobre ellos, pero tenemos claro que son más indefensos y menores en tamaño y fuerza.
Tengo que reconocer que a mí misma hay ciertos invertebrados que no me agradan demasiado, por ejemplo, las cucarachas, las moscas que a veces no dejan de molestar, o los gusanos que en ocasiones están dentro de alguna fruta o verdura recién cogida del huerto. Pero desde hace ya mucho tiempo, lo último que se me ocurre es matarlos. Si hay moscas, abro la ventana y trato de expulsarlas al exterior (igual que entran, salen); si veo una cucaracha, un gusano, un ciempiés, una araña o cualquier otro insecto, lo que suelo hacer es coger un papel, intentar que suban y trasladarlos así a la calle o a la terraza. No hace falta asesinarlos como tampoco asesinaría al gato del vecino cuando se cuela dentro de mi casa.

¿Y qué pasa con las plagas y con los parásitos?
Casi siempre, cuando sale el tema de cómo actuaría un vegano con los insectos, hay alguien que pregunta: ¿y qué pasa con las plagas, con los piojos, con las pulgas o las garrapatas? Pues bien, aquí sí, está en riesgo nuestra salud o la de los animales con los que convivimos. Está claro que si mi perra tuviera garrapatas y yo no hiciera nada para desparasitarla, estaría expuesta a enfermedades que son evitables. Con las plagas del hogar, ocurre algo similar. Si una de estas proliferase en mi casa, evidentemente no me gustaría y pondría en marcha el procedimiento necesario para acabar con el problema.
¿Y vas a dejar que te piquen los mosquitos?
Otra clásica pregunta cuando se habla de veganismo e insectos es: ¿si no quieres matarlos, vas a dejar que te piquen los mosquitos? Y la respuesta es obvia: no, no me gusta que me piquen los mosquitos, ni las avispas, ni las arañas, pero en este caso, hay otras maneras de evitarlo más allá de asesinarlos. Para algo existen los repelentes, que por cierto, cumplen muy bien su función (y si no quieres químicos, el aceite de árbol de té también sirve para ahuyentar insectos); o las mosquiteras que pueden instalarse en las ventanas. Es incluso más sencillo que perseguir al animal para quitarle la vida.
La proteína del futuro
Hay quienes hablan de los insectos como la proteína del futuro, ya que se ha demostrado que la producción de carne es altamente destructiva para el medio ambiente. Y desde el punto de vista ecologista, a lo mejor hay personas que se alegran de que en un futuro se sustituyan las ganaderías de mamíferos o de aves por ganaderías de insectos; pero desde el punto de vista animalista, esto sería igual de injusto e innecesario. La proteína del futuro ha de ser vegetal, que además es mucho más agradable al paladar. Si no necesitamos comer animales para sobrevivir, ¿por qué nos empeñamos en seguir haciéndolo?

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