Por supuesto que se puede echar de menos a un animal. A veces, mucho más que a ciertas personas o al igual que se puede extrañar a un familiar o amigo cercano. Yo echo de menos a aquellos animales con los que he convivido y ya no están, pero también a los que sí están.
Hace un mes, tuve que mudarme por cuestiones laborales. Soy periodista y me salió un trabajo temporal que acepté. Antes de eso, estuve viviendo en mi pueblo, donde se está muy bien, aunque a veces se extrañan algunos aspectos de las ciudades, o al menos en mi caso. Sea como sea, ahora que estoy en una capital, lo único en lo que pienso todo el día es en volver al pueblo para ver a mi gata, mi perra, a mi familia humana y a mi pareja. Sí, mi gata y mi perra también son mi familia, y como tal, las echo de menos.
En concreto, mi gata llegó a mi vida el pasado octubre, con lo cual, siempre ha vivido en mi casa del pueblo, con mis padres y conmigo. Yo siempre supe que era probable que si encontraba un trabajo de mi profesión durante este tiempo, sería fuera del pueblo, y siempre tuve claro que ninguna mudanza sería un motivo para abandonar a un animal. Por eso, en mi búsqueda de pisos, uno de mis requisitos era que ella pudiese venir conmigo.
Para mi sorpresa (no pensé que fuera tan difícil), la mayoría de personas me dijeron que no admitían animales en sus pisos, y quienes los admitían, me decían que se lo tenían que pensar y que preferían a otras personas interesadas sin animales.
No puedo entender los motivos por los que las personas que alquilan pisos se niegan tanto a dejar que entren perros o gatos, cuando muchos humanos ensucian mucho más y son mucho menos respetuosos con el mobiliario. Esta situación me produjo enfado e incomprensión, pero no me quedó otro remedio que mudarme, por falta de tiempo, a uno de los pisos que no admitían animales, eso sí, de forma temporal, hasta que encuentre un lugar donde pueda estar con ella. La gata, mientras tanto, vive en el pueblo con mis padres, que también la quieren mucho.
O al menos esa era mi intención inicial. Ahora mismo valoro seguir aquí durante el tiempo que dure mi empleo, mientras mi gata está en el pueblo y la veo cada fin de semana y en mis días libres, cuando no dejo pasar la oportunidad de pasar tiempo con ella. La otra opción es traérmela conmigo si encuentro un lugar apropiado, aunque tengo miedo de que le cueste adaptarse, ya que a los gatos no les gusta demasiado cambiar de hogar, y es por eso que estoy teniendo en cuenta ambas opciones.
Y ese es mi dilema desde el último mes. No puedo decir que mi actual situación sea la mejor, pese a trabajar en mi profesión, ya que personalmente tampoco me está gustando demasiado el cambio. Y una parte de mi insatisfacción viene de esa añoranza del amor que he tenido todos estos meses. Sí, por parte de un animal, pero indescriptible.
2 comentarios sobre “Echar de menos a un animal”