Parece increíble, pero es algo totalmente normalizado para muchas personas: mantener a perros encadenados. Hay quienes lo hacen porque piensan que el perro debe ser guardián de la casa o de una finca; otros lo hacen porque es una forma fácil de no tener que responsabilizarse del animal más allá de ponerle agua y bebida, aunque a veces ni eso; otras personas, porque se han cansado del perro; y otras, quizá porque lo han visto toda la vida y piensan que «es solo un perro» o que «el perro no entra en casa».
Hay gente que no hace nada cuando ve a un perro encadenado, simplemente no se entera de que el animal está sufriendo o prefiere no enterarse para no buscarse problemas con el propietario, al que puede que conozca. Pero otras personas sí hacen algo, se deciden a hablar con quien mantiene así al animal, o directamente, denuncian. Lo peor de todo es que a veces las denuncias no sirven para nada, porque tristemente, las leyes dan la razón al maltratador. De hecho, este es un tema que está legislado en todas las provincias españolas, y la normativa cambia en función de la región de que se trate.
Dichas normativas hacen referencia a las horas semanales que el propietario debe desatar al perro, al tamaño del espacio con el que debe contar el animal o a la longitud de la cadena, así como a la alimentación de este o al hecho de que debe contar con algún refugio para el frío o para dormir. Por ello, quien esté decidido a denunciar muchas veces debe cerciorarse de que el propietario realmente está incumpliendo la ley, aunque es evidente que aunque sí la esté cumpliendo, el animal no va a ser feliz con tan solo tres horas de libertad a la semana, atado la mayor parte del tiempo y, en ocasiones, sin contacto con nadie salvo el momento en que recibe comida y agua.
Puede que haya quienes cumplen la ley, pero personalmente pienso que aunque no estén cometiendo ninguna ilegalidad, mantener a un perro encadenado es una crueldad y una forma de tortura hacia estos animales que en ningún caso tienen, en estas situaciones, sus necesidades cubiertas. No me puedo imaginar lo duro que tiene que ser para un can soportar las inclemencias del tiempo, con esas heladas en invierno o el sol abrasador en verano, no poder correr más allá de unos centímetros o no poder buscar cualquier sitio para hacer sus necesidades.
A quienes mantienen a los perros atados porque los consideran guardianes, les diría que los animales no están para servirnos y que tampoco son alarmas. A quienes se han cansado de la responsabilidad que implica cuidar a un perro y se han despreocupado de él encadenándolo, les diría que mejor se lo hubieran pensado mejor antes de decidir tener un animal porque atarlo permanentemente es una forma de abandono. Y a quienes no quieren que el perro entre en casa, les diría que si no quieren compartir su vida con un animal tan maravilloso, nadie les obliga a hacerlo, pero una vez que han tomado la decisión, es toda una irresponsabilidad mantenerlo atado en la calle.

Dos experiencias personales
Por desgracia, ver perros encadenados es bastante común en muchas zonas rurales, tanto en casas como en fincas. Yo recuerdo dos casos que me han marcado y es difícil olvidarlos. Hace 16 años, como ya he contado alguna vez, adopté a mi perrita que había nacido en una camada no deseada, dentro de una explotación ganadera. El ganadero, poco después, se jubiló y seguramente envió a sus ovejas al matadero o las vendió a otra explotación, pero se quedó con un perro. Como yo era pequeña cuando adopté a mi perra, no recordaba dónde estaba exactamente la explotación ganadera donde nació, hasta que un día volví a pasar por ahí con mi padre y no quedaba nada más que aquel perro con el que se quedó el hombre, pero estaba encadenado, ladrando y tratando de correr desesperado hacia los coches y las personas que pasaban. Le pregunté a mi padre de quién era el perro y me comentó que el propietario era aquel ganadero, pero que estaba enfermo y no podía hacerse cargo del animal, así que una tercera persona se encargaba de alimentarlo. Más allá de eso, el perro no tenía ni siquiera dónde refugiarse de la lluvia y del frío, o al menos no recuerdo haber visto ningún refugio en aquel lugar. Traté de animar a mi padre a hacer algo, pues me sentía bastante mal después de haber visto a ese can desesperado, pero el propietario murió al poco tiempo y cuando volví a pasar por esa finca, el animal ya no estaba. Nunca supe qué pasó con él.
El otro caso que me ha marcado ha sido más reciente. Era verano y cada vez que iba a casa de mi pareja, pasaba por una calle donde, en otra vivienda, vive una familia aparentemente numerosa con la que no tengo ninguna relación más allá de hola y adiós. Había niños, jóvenes y mayores, y también un cachorro con el que los niños jugaban. Al pasar el verano, los niños se marcharon con sus padres, y solamente quedaron los abuelos en la casa, junto al perro, pero cada vez que pasaba por allí veía al can en la calle, encadenado en una especie de patio, sin un lugar donde cobijarse, haciendo sus necesidades donde podía y siempre ladrando, como si estuviera gritando que no quiere estar ahí. Una noche, en casa de mi pareja, no dejaban de escucharse ladridos incesantes, pero no puedo asegurar si eran de este u otro perro, porque cuando me decidí a salir a comprobarlo, el perro ya no ladraba y no había ningún animal en aquel patio. Otras noches volví a pasar por allí y tampoco estaba allí, lo que me hizo suponer que al menos, durante la noche, no duerme en la calle, aunque no sé si es más por temor a que se quejen los vecinos o por el propio animal. Pero este caso me dejó claro que ningún animal es feliz encadenado, aunque no pase todo el día atado y aunque reciba agua y comida, porque vuelvo a repetir: sus necesidades no están cubiertas. Y también me dejó clara una postura al respecto: si no quieres hacerte cargo de un animal, no lo tengas.
Si también conoces casos de este tipo de maltrato, desde aquí te animo a denunciar una vez hayas recabado pruebas de que se está cometiendo alguna ilegalidad. A veces es complicado, y quizá una de las razones principales por las que no hay más denuncias es el hecho de evitar problemas con personas conocidas. Otras veces, la propia justicia nos desincentiva, al ver que continúa dando la razón a los maltratadores, porque las leyes siguen considerando a los animales cosas o servidores, cuando no son ni lo uno ni lo otro. Sin embargo, tenemos herramientas como YoDenuncio, impulsada por PACMA, que nos facilitan mucho las cosas en estas circunstancias y nos informan de todo el proceso a seguir.
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