Errores de principiante

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Nadie es perfecto. Ni siquiera las personas veganas. Recuerdo que cuando di el paso, cometí ciertos errores que quizá hoy no cometería, aunque más que errores quizá fueron descuidos por no fijarme en las cosas o por no plantearme ciertas situaciones, pero es imposible estar a todo, e incluso hoy me sigo equivocando en algunos aspectos. Por muchos años que lleve una persona siendo vegana, en cualquier momento puede comprar en el supermercado un producto que está convencida de que es cien por cien vegetal, pero después de días usándolo se da cuenta de que contiene suero de leche en polvo o miel. Esto me pasó, precisamente, con una mostaza. Sé que algunas marcas ponen miel a la mostaza, pero después de leer los ingredientes, compré una convencida de que no contenía miel ni ningún otro elemento de origen animal. Se me acabó y compré otro bote. Tras unos días, me dio por volver a leer los ingredientes, y descubrí que, efectivamente, contenía miel y lo había pasado por alto.

Contando esto, estoy segura de que ciertas personas que se hacen llamar veganas (pero en realidad más que sumar al movimiento, restan) me quitarían el carné de vegana, quizá incluso me insultarían y me llamarían especista por algo que tan solo fue una equivocación. Pero poco me preocupan los comentarios de la policía vegana, aunque reconozco que no he recibido demasiados ataques de esta gente, quizá porque no me expongo demasiado en público. En cualquier caso, ese es otro tema del que puede que hable otro día, aunque no tengo muy claro si dedicarle un espacio a estas personas.

Ahora volvamos a lo que nos ocupa: esos errores comunes de todo vegano principiante (o no tan principiante), que cualquiera puede cometer porque somos humanos, pero que quizá leer experiencias como la mía puedan ayudar a la gente que se inicia en el veganismo a estar más pendiente de ciertas cosas. Estos fueron mis errores de principiante.

5 Errores que cometí al hacerme vegana

  1. No saber decir no. Cuando me hice vegana, pasé por alto que las personas de mi entorno seguirían invitándome a cenas, a salir a tomar algo, e incluso a asados. Pero algo había cambiado, y es que ya no comería de la misma manera que lo hacía antes, y el tema de conversación en esas situaciones pasaría a ser mi decisión. Tras algunas experiencias negativas, me di cuenta de que estaba mejor en casa que con ciertas personas, así que aprendía decir no cuando no me apetecía ver animales muertos mientras los demás me cuestionaban que no los comiera. En mi caso, durante un tiempo pensé que cuantas menos personas supieran que soy vegana mejor, y así evitaría esas situaciones incómodas, o evitaría «molestar» a quien me había invitado haciéndole preparar algo diferente. Algunas veces, incluso llegué a apartar del plato de lo origen animal para comer solo la parte vegetal; y en dos bodas, dejé los platos principales intactos por no haber dicho que me preparasen algo vegano. Ahora pienso que lo mejor es siempre decirlo, pues no solo se visibiliza esta realidad, sino que también me siento mejor conmigo misma, porque en realidad, tanto si no como nada de lo que me ponen como si digo que soy vegana, voy a ser el centro de todos los comentarios.
  2. Dar por hecho que algo es vegano. Al principio, cada vez que iba a un supermercado me podía pasar horas mirando los ingredientes de cada cosa que metía en la cesta o de cada producto que me interesaba comprar. En una ocasión, recuerdo que me fui sin galletas porque después de mirar todas las del pasillo, no encontré ningunas veganas. Sin embargo, solo me fijaba en los ingredientes que conozco, y daba por hecho que ningún aditivo, ningún conservante, ningún colorante o ningún espesante sería de origen animal. Pero no. Hay aditivos que sí proceden de animales, por lo que hay que estar pendiente también de estos ingredientes que suelen estar al final de la lista.
  3. Zapatos. Con los zapatos, me pasaba algo similar, y daba por hecho que cualquiera de los míos eran veganos, pues los de piel suelen ser más caros y no tengo ese poder adquisitivo. Y sí, puede que ninguno de mis zapatos o zapatillas fuese de piel, pero tardé en descubrir que la cola con la que estos se pegan suele ser de origen animal, y esto es algo muy difícil de averiguar cuando vas a una tienda de calzado o cuando miras las etiquetas de estas prendas.
  4. Situaciones inesperadas. Cuando pasé de vegetariana a vegana, no me planteé que ciertas pequeñas cosas ya no iban a ser igual, ni pensé qué haría cuando mi tía me regalase un pastel que contenía nata, o cuando me pusiese un vaso de leche durante una visita a su casa porque antes siempre lo tomaba, o cuando en un bar se equivocasen y me pusieran un café con leche en lugar del café solo que había pedido. Todo esto me ha pasado y me sigue pasando, pero ahora ya me planteo más estas cosas y me adelanto, en cierto modo, a los hechos cuando puedo. Así, por ejemplo, si voy a casa de mi tía a comer, llevo yo misma un pastel.
  5. Participar en discusiones absurdas. Es cierto que como he dicho antes, al hacerme vegana traté de ocultar la decisión que había tomado. Sin embargo, era inevitable que la conversación saliera en muchas ocasiones, como lo sigue siendo hoy en día. La gente pregunta y trata de hacernos ver a los veganos que somos quienes nos equivocamos o que no sabemos absolutamente nada: que no tenemos ni idea de la evolución del ser humano, de que somos omnívoros, de cuál es nuestra naturaleza o de la cadena alimenticia. Todo esto realmente es muy fácil de rebatir, ya que ni el ser humano ha comido siempre carne, ni ser omnívoros significa que necesitemos la carne para sobrevivir, ni nuestro modelo de consumo tiene nada que ver con la naturaleza o con la cadena alimenticia. Sin embargo, en aquel momento me faltaban muchos argumentos de esos que dejan sin palabras a la otra persona, pero aunque sí los hubiera tenido, muchas de esas conversaciones acababan en discusiones absurdas que eran todo menos un debate sano. Y es que siempre es preferible debatir sobre veganismo con alguien que tiene interés que con alguien que solo trata de hacerte quedar mal o a quien solo se le ocurre decir que el chuletón está muy bueno.

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