¿Es correcto hablar de modificación genética en la ganadería?

,

Vacas «lecheras», gallinas «ponedoras», pollos «de engorde»… Todos estos apellidos que ponemos tras el nombre de algunas especies de animales, concretamente las utilizadas para producción de alimentos, no se corresponden con sus rasgos naturales, sino con denominaciones inventadas por el ser humano en función del uso que se hace de cada una de ellas. Desde el movimiento por los derechos de los animales, es habitual afirmar que estas características son fruto de la modificación o manipulación genética. ¿Pero hasta qué punto esto es cierto?

A día de hoy, la modificación genética para su aplicación en la ganadería se limita al campo de la investigación, ya que la mayoría de los países imponen restricciones al respecto. Concretamente, ningún animal criado en la Unión Europea para consumo está modificado o manipulado genéticamente, no solo por la normativa vigente, sino también porque la sociedad es reacia a estos productos. Por eso, en La Zona Veggie siempre hemos preferido hablar de «selección genética«, aunque el término más apropiado sería el de «selección artificial«, ya que si bien en ocasiones ambos se utilizan indistintamente, en el ámbito científico el primero puede usarse como sinónimo de «modificación genética», tal vez para restarle gravedad al asunto.

Lo que sí es cierto es que tanto la selección artificial como la modificación genética cumplen los mismos objetivos: ampliar la rentabilidad de la producción ganadera, aunque sea a coste de un incremento del sufrimiento animal y pese a que desde la ingeniería genética a menudo se alude al bienestar animal como una de las «ventajas» de las técnicas de modificación genética.

Selección artificial

Desde tiempos prehistóricos y con el surgimiento de la agricultura y de la ganadería, el ser humano empezó a escoger a qué plantas y animales reproducir en función de ciertas características (el animal de mayor peso, el que más leche producía o más huevos ponía, el que más pelo tenía…). Esto es lo que denominamos selección artificial, que con el paso del tiempo, convierte dichas características en predominantes en los animales, en detrimento de su bienestar. De la misma forma han surgido las razas de perros y gatos que jamás habrían aparecido con la selección natural.

Aunque todavía hoy existen en estado salvaje razas de algunas especies domesticadas o razas de gallinas, ovejas o vacas que no son interesantes para la industria, lo cierto es que la mayoría han sufrido y sufren la selección artificial, en menor o mayor medida y con menor o mayor notoriedad. Así, no es normal ni natural que una gallina «ponedora» ponga 300 huevos al año, pero tampoco lo es que una gallina de raza castellana ponga 180 huevos anuales. Ambos hechos son consecuencia de esta selección, ya que lo normal y natural debería ser que las gallinas pusieran un máximo de 30 huevos al año.

Ovejas merinas
Ovejas merinas, seleccionadas por su lana. Imagen de Laura Schultz

El ser humano también ha recurrido a la selección artificial para obtener una mayor rentabilidad y rendimiento de la agricultura, escogiendo aquellas semillas de los frutos que más interesaban por su tamaño, sabor u otras características, con la diferencia de que las plantas no son seres sintientes, y por tanto, no existe el debate ético que se da en el caso de los animales. Sin embargo, la selección artificial en la agricultura puede dar lugar a otro tipo de debates, como el impacto medioambiental de los monocultivos, destinados por cierto a uso animal en su mayoría; o la pérdida de las denominadas semillas nativas o autóctonas.

Modificación genética

Por el contrario, la modificación genética consiste en la manipulación o alteración del ADN de los animales directamente, a través de técnicas de ingeniería genética por las que pueden introducirse los genes deseados, o eliminar o cambiar los no deseados. De esta manera, pueden surgir animales que crecen más en menos tiempo, que producen más carne, leche o huevos o que son más resistentes a algunas enfermedades, rasgos que se transmiten a las siguientes generaciones sin necesidad de que transcurran décadas o siglos, como en la selección artificial.

Estas técnicas también permiten introducir en animales de unas especies genes de otras con la misma finalidad.

Aunque a menudo imaginamos a los pollos, gallinas, cerdos o vacas como las principales víctimas de la selección o de la modificación genética, lo cierto es que actualmente, muchas de las investigaciones en ingeniería genética se centran en peces para su aplicación en la acuicultura.

Pero si hay un sector en el que realmente se ha puesto en práctica la modificación genética es la agricultura, por supuesto, mayoritariamente en cultivos destinados a la ganadería, como soja, trigo, maíz o colza. Estados Unidos y Brasil son líderes mundiales en la producción de estos alimentos, que ha destruido buena parte del Amazonas. Curiosamente, en ocasiones las personas veganas nos topamos con comentarios en los que se nos acusa de contribuir a la deforestación de la selva amazónica para la fabricación de nuestro tofu o derivados de la soja transgénica, cuando la realidad es que estos cultivos se destinan a la fabricación de los piensos que comen los animales que después ingiere la persona de la que sale ese comentario.

En la Unión Europea, los alimentos transgénicos para consumo humano no solo gozan de una pésima consideración social, sino que también debe informarse claramente sobre su presencia en el etiquetado de los productos, lo que hace que las empresas opten por no utilizarlos, ya que ello reduciría sus ventas. Por tanto, los únicos productos modificados genéticamente de uso amplio en la Unión Europea son los que alimentan a los animales en granjas, algo diferente en Estados Unidos, donde la normativa es más laxa en su uso para consumo humano.

Gallinas denominadas «ponedoras». Imagen de Willi Heidelbach

Futuro

Puede que en el futuro los alimentos modificados genéticamente, ya sean animales o vegetales, gocen de una mayor aceptación, estén sometidos a normas menos restrictivas o sean las únicas opciones en el mercado. Desde luego, en ocasiones estos se venden como una mejora del bienestar animal o del impacto medioambiental de la ganadería, si bien estas afirmaciones esconden una realidad que es la de siempre, y es que la única mejora es la de los bolsillos de los ganaderos.

Por ejemplo, que un animal sea más resistente a ciertas enfermedades por la modificación genética permite a sus explotadores ahorrar en prevención o evitar tener que enviarlo al matadero antes de tiempo por una cuestión sanitaria, lo que le repercute en pérdidas. De igual manera, se ha planteado la aplicación de la ingeniería genética para la eliminación de los genes que dan lugar a los cuernos en las vacas, lo que les permite ahorrar porque así se evitan descornar, independientemente del sufrimiento que esta práctica innecesaria provoca en ellas.

También se ha defendido la modificación genética como una forma de contrarrestar los efectos negativos para el medio ambiente de la ganadería, si bien ninguna acción será tan eficaz como que esta desaparezca. Mientras nos cuentan esto, la ingeniería genética sigue desarrollándose. La selección artificial también. ¿Por qué no invertir estos recursos, tiempo y dedicación en avanzar hacia un sistema alimentario libre de crueldad y realmente sostenible?

Deja un comentario

Entrada anterior:
Entrada siguiente:
contenido relacionado