La tauromaquia dejará de existir el día que se ponga fin a las subvenciones que este sector recibe. Y es que diferentes estadísticas han demostrado, en los últimos años, que la mayor parte de la población rechaza las corridas de toros, y por tanto, la tauromaquia no podría sobrevivir únicamente con la venta de entradas a esos espectáculos.
¿Pero qué pasa en los pueblos? ¿Qué pasa con los otros festejos que no son corridas de toros? Hay quienes piensan que en este otro tipo de espectáculos no hay maltrato animal, pues los espectadores no observan la muerte del toro. Hablo de encierros, capeas o recortes, en los que, generalmente los hombres del pueblo y algunas ciudades, corren delante de toros o vaquillas, o saltan sobre los animales sin un fin determinado. Para los humanos, es diversión. Para los animales, sigue siendo otra forma de tortura.
En primer lugar, los toros no quieren correr por las calles de ningún pueblo, ni en ninguna plaza para que unos inconscientes se burlen o salten sobre ellos. Las vaquillas, que no tienen más de unos pocos meses de edad, tampoco quieren estar ahí. Para ellos y ellas es una situación estresante que jamás tiene un final feliz. Y es evidente que no desean pasar por eso, porque lo que quieren es escapar, y los humanos se encargan, por todos los medios, de cerrar bien los recorridos y las plazas para que esto no ocurra, aunque a veces los animales consiguen huir, llevándose todo a su paso, objetos y personas, dado el estrés que están sufriendo y con el peligro que eso conlleva. En ese momento, están condenados a morir, aunque como explicaré más adelante, en realidad, todos los toros y vacas pequeñas utilizadas en estos espectáculos están condenadas a morir.
En muchas ocasiones, los animales acaban con heridas y daños físicos considerables después de las salvajadas a las que son sometidos, porque quienes participan en estos espectáculos no pierden la oportunidad para tirar a los animales del rabo, de las orejas, de los cuernos, o golpearlos. Los toros, como haría cualquiera, se defienden, y no pocas veces también ellos hieren a los humanos o dañan el mobiliario urbano. En otras ocasiones, que no son casos aislados, han llegado a introducirse dentro de viviendas. Es normal en una situación así, pero este no es el comportamiento natural de estos rumiantes, que son unos seres pacíficos que, en condiciones naturales, no hacen daño si no tienen motivos.
Si a algunas personas no les importa nada que se trate así a los toros o vaquillas, que se ejerza la violencia sobre ellos o que sean utilizados en las fiestas de muchos pueblos, al menos deberían preocuparse cuando ocurren desgracias que afectan a los humanos, pero ni siquiera lo hacen. Todos lamentan esas desgracias, pero nadie piensa en acabar con los encierros, y al año siguiente, se vuelven a celebrar como si no hubiera pasado nada, y los jóvenes del pueblo vuelven a correr delante de los toros para ver quién es más macho. ¿Hay algo más absurdo? Pocas cosas, pero ellos se divierten, aunque si es por diversión, podríamos plantearnos muchísimas actividades que no impliquen maltrato hacia los animales, ni riesgos innecesarios.
Mi experiencia
Soy de un pueblo muy taurino, aunque estoy segura de que si los espectáculos taurinos se celebraran en otra época del año, y no en agosto, no irían ni tres personas, pues en invierno el municipio está casi desierto, salvo excepciones, y casi todos los aficionados son nostálgicos que vienen a pasar las vacaciones, o al menos esa es la sensación que tengo.
Sea como sea, lo cierto es que las calles y la Plaza Mayor se llenan cuando hay encierros, salvo los dos últimos años, a causa de la pandemia. Algunos años, han organizado actividades con vaquillas por las noches, y también se llenaban de gente. Y esto no lo sé porque yo estuviera presente, sino por el griterío que se escucha desde fuera, y porque cuando todo el mundo sale de estos festejos, al finalizar, las calles son hormigueros donde es imposible moverse. Por eso, odio esa última semana de agosto que acaba de terminar y nuevamente varios toros han sido maltratados, aunque como la pandemia ha impedido la celebración de encierros, en este caso ha sido en corridas.
En los pueblos de alrededor, no es muy habitual celebrar corridas, y de hecho, no cuentan con plazas de toros para ello y en muchos casos, la despoblación ha hecho que estas tradiciones acaben para siempre. Pero el municipio donde vivo es la excepción, y aquí sí se realizan estos espectáculos aberrantes que, inexplicablemente, cuentan con tanta afición.
Precisamente, la afición a la tauromaquia es un fenómeno que me sigue sorprendiendo. Cada vez que una persona conocida me cuenta que ha acudido o va a acudir a una corrida, me llevo una gran decepción. Pero tampoco entiendo a quienes se entretienen viendo encierros o capeas, e incluso participando en ellos. Quizá muchos de ellos no lo saben, pero los toros utilizados en este tipo de festejos acaban siendo lidiados esa misma tarde en una plaza, y si están heridos, su final será el matadero. Si no mueren en la plaza, acabarán muriendo de todas formas, aunque puede que algunos espectadores sigan pensando que los toros volverán a los prados.
Creo que las personas acuden a estas fiestas populares por costumbre, porque lo han hecho desde pequeños, por una cuestión de contacto social, y sobre todo, porque no perciben violencia cuando es más que evidente. Otros van porque piensan que los toros son un símbolo patriótico, aunque lo cierto es que la imagen que dan estos espectáculos de España es la peor que un país puede dar en el exterior. Por supuesto, la rara soy yo, porque no voy. Da que pensar.
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