Corazones inaccesibles

A veces, las personas veganas no entendemos cómo es que los demás no ven la explotación animal como nosotros, cómo pueden seguir comiendo filetes sabiendo que proceden de animales que han sido asesinados, cómo pueden usar pieles; o cómo algunos acuden, incluso, a cazar o a pescar. Esto nos pasa, sobre todo, al principio, cuando acabamos de descubrir una realidad que antes nos era ajena y no dejamos de sorprendernos con cada una de las cosas que averiguamos que suceden. Pero sencillamente, puede que esa realidad para esas personas también sea ajena.

Ahora bien, una vez que les explicamos nuestras motivaciones para dar el salto al veganismo, la mayoría continúa sin hacer ningún cambio. Podemos dar todos los detalles de lo que ocurre en la industria ganadera, mostrar vídeos o recomendar libros, pero habrá personas a las que eso no le funcione, y muchas veces se lo tomarán como algo negativo.

Muchas veces he escuchado que recursos como el documental Earthlings o el famoso discurso de Gary Yourofsky no dejan a nadie indiferente, y que todo aquel que los ve se hace vegano, pero no es así. Incluso he leído comentarios que vienen a preguntarse qué tipo de persona tiene tan poca empatía como para descubrir la realidad de la explotación animal y seguir consumiendo productos de este origen. Pero a lo largo de estos años también he visto el lado opuesto, el de esa gente conocedora de dicha realidad y que, efectivamente, se queda indiferente ante esta.

Ni siquiera todo el mundo condena el maltrato a perros y gatos. A algunas personas les parece inadmisible que se consuma carne de estas dos especies en determinados países, y sienten compasión por estos animales mientras se comen un filete de ternera o de cerdo. Quizá para estas sí funcionen las comparaciones entre perros y cerdos, pero no para otras. De hecho, ante la pregunta de si somos capaces de imaginarnos que la carne que estamos comiendo fuese de nuestro perro, hay quienes responden que esto es tradicional en otras culturas y que aunque no la comerían, en cierto modo, entienden su consumo en dichos lugares (donde, por otra parte, tampoco es tan tradicional como pensamos).

Por otro lado, están las personas que mantienen a sus perros encadenados, o a sus gatos en balcones durante todos los días de su vida, o encerrados en cheniles, o que los abandonan y los maltratan. ¿Podemos esperar que esta gente empatice con una vaca, con un pollo o con un cerdo que no han visto en su vida cuando ni siquiera son capaces de empatizar con un animal considerado de compañía? Yo creo que no.

Con esta pequeña reflexión de hoy no quiero ser pesimista. Pero sí pienso que es necesario recalcar que no todos los argumentos van a convencer a todo el mundo, que hay personas que no cambiarán ni dejarán de maltratar animales a menos que las leyes avancen en esta materia, y que es realmente complicado cambiar la mentalidad de toda una sociedad, aunque esto es algo que ya está sucediendo y que, como es natural, ocurre en pequeños pasos.

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