Cada vez más gente se hace vegetariana o vegana, y sobre todo gente joven. Personas que quizá deciden dar el paso cuando aún no llegan a los 18 años o que aunque superen esta edad, todavía viven con sus padres. Cuando esto pasa, pueden darse diferentes situaciones. Quizá nuestra familia respete nuestra decisión, o quizá no nos permita llevar una alimentación basada en plantas mientras no seamos independientes.
Me gustaría comenzar contando mi experiencia. En mi caso personal, creo que he tenido bastante suerte, salvo en algunos aspectos que luego comentaré. Mis padres me han dejado siempre (o al menos desde que sé cocinar y depender de mí misma para alimentarme) comer de la forma que quiera. Pienso que no tienen una percepción negativa sobre el veganismo ni el vegetarianismo. De hecho, antes que yo, en mi familia había otro miembro vegetariano y otro que no toma lácteos porque no los considera saludables, y siempre los han respetado.
Sí que es cierto que aunque lo respetan, mis padres no tienen casi ningún interés por el veganismo. A veces, prueban lo que cocino y les gusta, pero otras veces no les gusta nada. Y si han llegado a probar el tofu, la soja texturizada o el hummus es porque yo había cocinado con alguno de esos ingredientes, pero no están ni estarán jamás en su lista de la compra. Mis padres comen carne todos los días, tanto en la comida como en la cena, y también consumen lácteos y huevos a diario, y eso es algo que tengo asumido que nunca podré cambiar. De hecho, sobre todo mi padre es consciente del sufrimiento que hay en las macrogranjas, de los antibióticos que reciben los animales, de cómo son engordados en pocos días desde que nacen, etc., pero tiene unos hábitos de consumo de productos de origen animal tan instaurados en su vida desde pequeño, que creo que la principal razón por la que no daría el paso es lo perdido que se vería.
Pese a todo, en algunas ocasiones, en mi casa sí he oído comentarios dirigidos hacia mí como: «te podría dar anemia» o «hay que comer de todo», pero nunca ha ido más allá de eso. No se han enfadado conmigo, pero quizá al principio sí pensaron que me había vuelto loca. Recuerdo el día que me hice vegetariana. Durante la cena, les dije que esa sería la última vez que comería carne, y ambos hicieron gestos de extrañeza, aunque no contestaron nada. Debieron pensar que ya se me pasaría. Además de eso, mis padres tampoco son personas que me lo pongan fácil cuando vamos a comer fuera, porque en lugar de escoger sitios con opciones veganas, son de los que me sugieren que me pida una ensalada o unas patatas fritas. Otra cosa que tengo asumida es que jamás comeré con ellos en un restaurante vegano. Se negarían porque piensan que la comida cien por cien vegetal no llena el estómago.
Cuando decidí hacerme vegetariana, tenía unos 16 o 17 años. Vivía en casa con ellos, y en un primer momento, lo que hacía era escoger aquello de la mesa que podía comer, es decir, lo que no tuviera carne ni pescado. Después, me di cuenta de que tenía que aprender a cocinar, algo que comencé a hacer poco antes de comenzar mi etapa universitaria. Y fue, precisamente, en dicha etapa cuando me hice vegana. Vivía en un piso con dos compañeras, y por lo tanto, era totalmente libre a la hora de escoger lo que quería comprar. No dependía de lo que hubiese en la nevera. De hecho, ahora que he vuelto a casa de mis padres, y además en el pueblo, aunque soy totalmente independiente en la cocina, añoro esa libertad que tenía cuando vivía en aquel piso, quizá porque soy un poco perezosa y si hay vegetales en la nevera que ha comprado mi madre, evito ir yo misma a la tienda; o porque en el pueblo dispongo de menos ingredientes que en una ciudad, aunque es verdad que lo que hay es lo necesario y que no necesito soja texturizada en mi día a día, pero sí verduras, frutas o legumbres que no tengo ningún problema en conseguir.
También tengo la percepción de que mis padres nunca se han preocupado demasiado por la alimentación, por si es saludable, por los nutrientes que tienen los alimentos, por la cantidad de azúcar, etc. Simplemente, comíamos aquello a lo que estábamos acostumbrados, lo que podíamos comprar en el supermercado y los alimentos que ellos habían comido toda su vida: legumbres, pasta, arroz, lácteos, huevos, carne (principalmente ternera, cerdo y pollo, porque mis padres no suelen comprar conejo, ni pavo, ni cordero, ya que no les gusta, ni siquiera en Navidad) o pescado no faltaban en mi dieta semanal cuando era pequeña. Básicamente lo mismo que come la población general. Y yo lo comía porque me lo ponía mi madre en el plato, pero no nos cuestionábamos nada sobre los alimentos y mis padres siguen sin cuestionárselo.

Creo que el hecho de que para mis padres prime más la costumbre que lo que es o no saludable es uno de los motivos por los que no pusieron el grito en el cielo cuando me hice vegetariana o cuando me hice vegana. Sigo comiendo los alimentos de siempre (y también otros que antes no comía), solo que excluyendo algunos. Seguramente, les hubiese parecido algo mucho más serio si me hubiese dado por seguir la dieta paleo o por alimentarme de únicamente de tofu, porque sí, eso sí habría sido preocupante de verdad.
Pero por otra parte, la costumbre puede ser también un motivo por el que otros padres no vean con buenos ojos que su hijo o hija cambie su alimentación, porque ¿cómo no va a comer el niño cordero en la cena de Navidad? o ¿cómo va a celebrar la niña su cumpleaños sin hacer una barbacoa?, o lo que es peor, ¿por qué mi hijo o hija no quiere ir a una comida familiar porque se ha hecho vegano/a?
Consejos
Dicho todo esto y en base a mi experiencia, el mejor consejo que puedo dar a una persona a la que sus padres no le dejan ser vegana es que tenga paciencia. Si la situación de verdad les provoca una gran molestia, quizá sea mejor esperar a más adelante o ir reduciendo poco a poco en lugar de hacer el cambio de golpe. Al final, si estás convencido, lo harás tarde o temprano. También puedes tratar de explicarle tus motivos, porque quizá desconozcan todo lo que hay detrás de la industria de la producción de alimentos de origen animal, pero es cierto que en familias demasiado «tradicionales» esto quizá no funcione.
Otro consejo que siempre doy es que aprendas a cocinar, porque depender de los vegetales que haya en la mesa cada día puede hacerte pasar bastante hambre, o que sencillamente, no te apetezcan de esa manera. La cocina vegana no es complicada, ni tampoco es nada novedoso, ni requiere de horas y horas o de ingredientes raros. Cocinar un arroz con verduras salteadas no es nada fuera de lo normal, así como tampoco lo es cocinar unos garbanzos con espinacas, un puré de patatas o una pasta con tomate.
Además, cocinar tú mismo puede ayudar a que tus padres vean que la comida vegana puede ser rica, barata, «de toda la vida» y nutritiva. También te servirá acudir tú mismo al supermercado y escoger aquello que quieres, aunque soy consciente de que en muchos casos, hay padres que no permitirán esto, así que, como hice yo, si vas a comenzar tu etapa en la universidad o en estudios de otro tipo, o por motivos de trabajo te vas a trasladar a vivir a otro lugar, puede ser la ocasión perfecta para ser independiente en la cocina. Mientras tanto, piensa que si tus padres no están de acuerdo contigo, no es porque no te quieran, sino porque creen que es bueno para ti que sigas comiendo alimentos de origen animal. Solo tú puedes demostrarles que no es así.