La civilización romana no se caracterizó, precisamente, por el amor y el respeto hacia los animales. Prueba de ello son los famosos espectáculos en el Coliseo, para los que los romanos no tenían reparo alguno en secuestrar especies exóticas para el divertimento de los ciudadanos. Sin embargo, el fenómeno del mascotismo ya existió en esta época.
Durante el siglo I a.C., en la etapa final de la República, se puso de moda la tenencia de perros guardianes entre las clases acomodadas romanas. Así, en algunos mosaicos de la época todavía se puede leer la famosa expresión «cuidado con el perro», en latín cave canem. En este contexto, Virgilio escribió:
Nunca, con ellos en guardia necesita temer por sus puestos de un ladrón de medianoche, o ataque de lobos, o bandidos ibéricos en la espalda
Virgilio
Asimismo, algunos escritos romanos recogían cómo debía ser el perro guardián ideal: con las orejas caídas, cabeza grande, patas anchas… Además, también se utilizaron perros para espectáculos de lucha contra ejemplares de otras especies y para la guerra.
Por su parte, los plebeyos también querían proteger su hogar, pero no podían permitirse la tenencia de perros, por lo que para esta labor utilizaban ocas, territoriales y de fuerte graznido, que despertaría a los humanos ante cualquier ataque, tal como sucedió en el siglo IV a.C., cuando los galos trataron de asediar Roma. De estas, también aprovechaban sus huevos.
Volviendo a los perros, estos también fueron utilizados como animales «de compañía», y también aparecen reflejados en algunos mosaicos, aunque en muchas ocasiones, las imágenes representan perros encadenados. El poeta Marco Valerio Marcial (40-104) dedicó unas palabras a la perra Issa, de su amigo Plubio:
Issa es más pura que un beso de paloma, más cariñosa que todas las muchachas, más preciosa que las perlas de la India… Para que su última hora no se la llevara del todo, Publio reprodujo su imagen en un cuadro en el que verás una Issa tan parecida que ni siquiera la misma Issa se parecía tanto a sí misma
Marco Valerio Marcial
Los escritores romanos también se ocuparon de recomendar los nombres más adecuados para los perros. Así, Plinio (23-79) proponía denominaciones cortas y Columela (4-70) recomendaba nombres de dos sílabas. Se han encontrado, además, tumbas de estos animales junto a las de sus responsables, así como estelas fúnebres dedicadas a ellos.
De nuevo, encontramos diferencias entre patricios y plebeyos. Estos últimos no concebían la tenencia de un perro que no cumpliera con un servicio encomendado, ya fuera el de vigilar la casa, como pastor o como cazador. Pero estoy segura de que esto solo es la teoría. En la práctica, seguramente más de uno se enamoró de algún can.
En el siglo I d.C., los romanos ya tuvieron otro tipo de animales domésticos, como gatos, pájaros o aves de mayor tamaño (palomas, patos, cuervos o codornices). Tras la conquista de Egipto, el gato pasó a simbolizar la victoria para los romanos, y estos animales no dejaron de ser también partícipes en las guerras, donde su función era controlar la población de ratones en los campamentos y cuarteles de invierno.
Podría decirse que en Roma animales y objetos tenían la misma consideración, a pesar de que con algunos de ellos el vínculo entre animales y humanos pudiera ser de cariño. Las representaciones que nos llegan de la época son muestra de ello, aunque no dejó de haber pensadores para quienes los animales eran mucho más que simples servidores.
FUENTES CONSULTADAS
Morgado, A., y Rodríguez, J. J. (2011). Los animales en la historia y en la cultura. Universidad de Cádiz.
Pascual, Á. (2018). Las mascotas en la Antigua Roma. Academia Play.