A comienzos del siglo XXI, veíamos los toros en la televisión pública. Esta violencia televisada era todo un acontecimiento para mis abuelos y vecinos, que esa tarde no salían de casa por ver algo que yo no lograba entender y que no solo me producía compasión, sino que también me aburría.
Sí, las corridas de toros ya no entretienen, o al menos no a las generaciones más jóvenes, en términos generales, si bien es cierto que muchos de sus miembros siguen disfrutando de los festejos populares con toros, aunque esto tal vez se reduzca a contextos geográficos concretos.
Si a la pérdida de aficionados le sumamos que la tauromaquia sigue existiendo únicamente por las subvenciones, es bastante probable que veamos el fin de esta actividad antes del próximo siglo.
Cada vez que se realiza una nueva reforma de la PAC, son numerosas las voces que reclaman que se excluya al sector de la tauromaquia de las ayudas, al no estar la cría de animales destinada a consumo. Tarde o temprano, Europa tendrá que tomar alguna decisión al respecto, y los taurinos son conscientes de ello. Por eso, en los últimos años han recurrido a todo tipo de estrategias por la continuidad de su actividad, como la declaración de Bien de Interés Cultural.
Pero somos una inmensa mayoría quienes no consideramos que la tauromaquia sea cultura, quienes sabemos diferenciar entre una obra artística, un concierto o una función teatral del maltrato animal. Y desde hace años, lo venimos manifestando. Mucho antes de que se empezara a hablar de veganismo o de que se cuestionara el consumo de carne o lácteos, numerosas personas antitaurinas salían a la calle para manifestarse contra las corridas de toros. Y esta oposición existe prácticamente desde los inicios de la tauromaquia, pero hoy nos centramos en el siglo XXI.
En el siglo XXI, produce vergüenza que España sea conocida en otros países por los espectáculos sangrientos. Produce vergüenza, y mucha vergüenza ajena, que sigan apareciendo en los programas de televisión personas que afirman que los toros no sienten. Produce vergüenza que se sigan criando toros con el fin de torturarlos, ya sea en una plaza o en las calles de cualquier pueblo. En el siglo XXI, la tauromaquia produce vergüenza. Y ya no solo se cuestionan las corridas, donde el maltrato es más que evidente, sino también otro tipo de festejos, como los encierros, las capeas, los rodeos o las becerradas. En el siglo XXI, la tauromaquia está dando sus últimos coletazos. No sobrevivirá muchas más décadas.
Y si desde la política no se hace nada contra estos espectáculos en base al rechazo social existente, la propia evolución acabará con ellos.
5 comentarios sobre “¿Veremos el fin de los espectáculos taurinos en el siglo XXI?”