En defensa del campo

En defensa del campo

El pasado 3 de marzo, los agricultores de Lleida salieron a las calles con sus tractores para protestar por la sobrepoblación de conejos que destrozan sus cultivos, pero además de manifestarse, lo cual es totalmente lícito y respetable, lo hicieron con conejos vivos y muertos, algunos agonizando. Esto último ya no me parece lícito ni respetable. Porque el mundo rural no se defiende con tractores ni con conejos muertos. El mundo rural se defiende respetando sus montes y sus bosques y a los animales que los habitan. Basta ya de poner a los seres humanos en el centro de todo.

¿Quiénes son los agricultores que se manifestaron? Los mismos que veíamos el año pasado en aquel #20MRural que organizaron los cazadores, los ganaderos y los taurinos para convencer a la gente de que el campo es suyo y solo suyo. Que no te engañe el término «agricultores». Esas personas no son las que cultivan los calabacines, los tomates o las cebollas que están en nuestras neveras. Bueno, puede que algunos sí lo sean, pues muchos se dejan arrastrar por ese discurso de que el campo nos pertenece y le siguen el juego a los cazadores y ganaderos.

Pero lo cierto es que la mayoría de esos que se llaman a sí mismos agricultores son eso: ganaderos y cazadores. No estamos ante tres colectivos diferentes que pueblan el mundo rural. Es uno solo que pretende dar apariencia de multitud.

¿A quién alimentamos?

Da igual si vives en un pueblo o en una ciudad. Si pasas por cualquier carretera nacional, verás grandes extensiones de terreno cultivadas, habitualmente de cereales. ¿Crees que ese trigo, avena, cebada o colza que aportan una panorámica idílica desde el coche se utiliza para consumo humano? Pues te equivocas, ni los campos de trigo son el origen del pan que comemos cada día, ni los de avena dan lugar a la leche vegetal que tomamos por las mañanas, ni los de colza se transforman en aceites utilizados para freír patatas de bolsa.

Esos grandes campos cultivados que vemos desde las carreteras sirven, en su mayoría, para alimentar a los animales que crían los ganaderos: vacas, ovejas, cabras, cerdos, gallinas… Y muchos de esos ganaderos los cultivan ellos mismos, lo que les da pie a llamarse a sí mismos agricultores. De hecho, los ganaderos suelen invertir más tiempo de su trabajo en estos cultivos que en el cuidado de los animales, sin ánimo de generalizar.

Otros cultivos son atendidos por agricultores que, sin ser ganaderos, destinan sus cosechas a la venta a ganaderos que alimentan con ellos a los animales de sus explotaciones. Hemos de tener en cuenta que hay millones de animales considerados ganado que comen toneladas de comida. Sale más rentable cultivar trigo para alimentar a una vaca que cultivarlo para hacer pan para un humano que come dos hogazas al día.

Además, y nuevamente sin ánimo de generalizar, muchos de esos ganaderos o agricultores, como los queramos llamar, se dedican, en sus ratos libres, a la caza, por lo que volviendo unos párrafos hacia arriba, no estamos hablando de varios grupos de personas que habitan en los pueblos y que siempre se quejan de que todo está en su contra. Hablamos de un colectivo concreto, al que también suelen añadirse personas ajenas motivadas por su falso discurso.

El discurso de que las administraciones han abandonado el campo y la ganadería y la caza son las únicas soluciones viables. El discurso de que ciertos animales salvajes nos han invadido y destrozan los campos. El discurso de que la despoblación se debe a la falta de ayudas a la ganadería. El discurso de que todo está muy mal y los tractores y las escopetas son la salvación.

Y mientras tanto, la realidad es muy diferente a la que nos quieren pintar esos ganaderos y cazadores que se empeñan en llamarse agricultores, tal vez porque esa palabra da una mejor imagen de ellos, o porque realmente tienen razón: son agricultores y la agricultura, a día de hoy, no se entiende sin la ganadería.

La realidad es que esta actividad, lejos de salvarnos de todos los males, es la causante de muchos de los problemas del campo. Y los problemas del campo no son los conejos ni los jabalíes. Los problemas del campo son la ganadería y la caza. Porque la actividad ganadera (o agrícola, para quienes prefieran llamarla así) ha destruido los bosques durante años para plantar trigo, avena, cebada, soja o maíz. La vegetación autóctona, rica y diversa, ha sido sustituida por monocultivos que, además, están plagados de fertilizantes y pesticidas contaminantes. Esta pérdida de biodiversidad es letal para los animales salvajes, que ven reducidas sus posibilidades de obtener alimento y se acercan a esos cultivos que los humanos consideran suyos y solo suyos. O más bien, saben que no son suyos porque serán para alimentar a lo que llaman «ganado», pero son dinero para ellos.

Por eso, cualquier conejo que construya su madriguera en un campo cultivado o cualquier animal salvaje que se alimente de este es una pérdida económica para esos ganaderos o agricultores que transforman sus cosechas en dinero.

Cambiar el modelo

Pero este modelo nos está destruyendo. La ganadería se traduce en cambio climático, calentamiento global, emisiones de gases de efecto invernadero y contaminación, y sobre todo, se traduce en la explotación innecesaria y sufrimiento de animales que no necesitamos para alimentarnos.

Eso no es lo que debería ser el campo. Por mucho que te guste el campo de trigo que ves desde la carretera para hacerte una foto para Instagram y presumir de rural, que está muy de moda, esos cultivos no deberían estar ahí. El mundo rural necesita biodiversidad, necesita bosques y especies silvestres, no ganado. Solo el 4% de los animales son salvajes. Más de la mitad, son domésticos, sobre todo vacas, cerdos, ovejas, cabras, gallinas y también conejos y otros animales que se crían para consumo. El resto, somos humanos. Así que por favor, ganadero, no califiques de «sobrepoblación» la presencia de una especie en un determinado lugar porque esos animales representan un porcentaje mínimo en comparación con las vacas que estás criando.

Cambiemos el modelo. Es necesaria una transformación, y estaría genial que los ganaderos formaran parte de ese proceso, en lugar de seguir pidiendo ayudas y autorizaciones para cazar. Porque sé que si uno de ellos lee esto pensará que me da igual que se muera de hambre. Pero soy perfectamente consciente que viven de esos cultivos y de esos animales. Y también sé que es posible cambiar sin que nadie pierda.

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