Ni es el futuro, ni va a disminuir la despoblación, ni es sostenible, ni es el único medio de subsistencia en el mundo rural. La ganadería, sobre todo la extensiva, a veces se plantea como solución a todos los males que afectan a los pueblos, pero pocas veces se habla de su impacto.
A quienes somos críticos con el consumo de carne se nos tacha, a menudo, de urbanitas, de no conocer lo que es el mundo rural, de no haber visto una vaca en nuestra vida. Y sí, seguramente muchos veganos han tenido poco o ningún contacto con el entorno rural, pero en los pueblos también existimos personas que no queremos más granjas, que no queremos más caza, que no queremos más festejos taurinos y que queremos convivir en una sociedad que respeta a los animales.
Muchas veces, tendremos que callarnos o entraremos en discusiones que no acabarán bien y seremos considerados unos bichos raros. Otras veces, nos toparemos con personas que nos aceptan, porque la gente de los pueblos, en la mayoría de los casos, no se corresponde con ese tópico de personas incivilizadas que a veces se tiene de la población rural. Una idea falsa, como lo es el idílico pensamiento de que los animales considerados de granja en los pueblos viven bien.
Pero lo cierto es que a las vacas de la ganadería extensiva también las envían al matadero cuando dejan de ser productivas, así como a sus bebés si son machos, para que no tomen su lactancia y vender la leche para consumo humano, o para fabricar quesos, en el caso de las ovejas y las cabras. Esas ovejas y cabras que, por cierto, acaban de ser madres del cordero o cabrito que va a ser la cena de Nochebuena de muchas familias esta Navidad.
También a las cerdas de los pueblos se les quita a sus bebés para convertirlos en comida, y el mismo destino sufren otros animales como los pollos, los pavos o los patos, que a veces se tienen en las zonas rurales para consumo propio, asesinados sin pasar por un matadero, sin aturdimiento y sin pensar en la seguridad alimentaria. Algunos ganaderos también hacen negocio con sus animales sin pasar por este proceso. Otros los venden para sortearlos en las fiestas o en las romerías, algo que ni siquiera es legal, pero se hace.
Y las famosas gallinas «felices» de los pueblos también mueren mucho antes de la edad que podrían alcanzar, ya sea por enfermedades causadas por la selección genética o porque ya no son productivas para la familia que la cría tan «felizmente».
Negocios familiares y macrogranjas
Pese a todo, nos seguiremos encontrando con personas que nos dirán que la ganadería es necesaria en los pueblos, y que incluso la sitúan como solución a la despoblación o al cambio climático. La realidad, sin embargo, es que los hijos de los ganaderos se marchan de los pueblos y no continúan en el negocio familiar, y las personas jóvenes que llegan a las zonas rurales se dedican a otras actividades. Mientras tanto, en las cercanías de las localidades pequeñas se instalan macrogranjas, mucho más rentables, pero que invitan aún a más gente a abandonar los pueblos, pues vienen acompañadas de contaminación y malos olores.
Y es cierto que estas macrogranjas generan bastante rechazo entre la población de los municipios cercanos, pero también hay quienes las defienden porque supuestamente generan empleo. Lo cierto es que estas grandes explotaciones intensivas destruyen más de lo que generan.
Contra este modelo, se plantea como alternativa la ganadería ecológica, algo inviable a una escala de consumo tan grande como la que hoy representan los productos de origen animal. Además, tampoco es sostenible y sigue requiriendo de grandes cultivos y terreno para la cría y mantenimiento de los animales, lo que implica restar espacio a las especies autóctonas y a los animales salvajes y, por consiguiente, una pérdida de biodiversidad.
Pero nos seguirán diciendo que la ganadería es el método de subsistencia para muchas familias. Familias que, en algunos casos, ni siquiera consumen diariamente productos generados por su negocio. Y es cierto que su economía depende de la explotación de los animales, pero en el pasado, la economía de muchas familias dependió de empleos que ya no existen, o que ni siquiera aceptaríamos.
Los tiempos cambian, y que algo se haya hecho toda la vida no significa que tenga que perdurar para siempre o que tengamos que aceptarlo sin cuestionarnos si es ético.
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