No sé cuántas personas congregó la manifestación de ayer, «en defensa de la agricultura, ganadería, caza y de nuestro campo y tradiciones«, según los convocantes. Diferentes fuentes dan diferentes datos de asistencia, pero tampoco es algo que me importe demasiado, porque sean los que sean, no tienen el apoyo social que quisieran para usar la naturaleza a su antojo. Al antojo de unos pocos y en perjuicio de todos y todas, también de los animales, por supuesto.
Al final, la causa animalista es lo que los manifestantes rechazan, principalmente. ¿Qué pintan los agricultores en todo esto? Nada. Pero a los cazadores les viene bien contar con su apoyo para disfrazar una protesta que reivindica matar de una «defensa del medio rural«, porque queda muy mal decir que se trata de una defensa de sus deseos de cazar y de ver animales agonizando. Ojalá muchas de las personas que acudieron o que apoyaron la marcha y que nada tienen que ver con la ganadería, la caza y la tauromaquia se dieran cuenta de quién estaba detrás de la convocatoria y cuáles son sus verdaderos objetivos. Y, sorpresa, defender el mundo rural no está entre esos objetivos.
Porque el mundo rural no se defiende asesinado a las especies que lo habitan. Tampoco se defiende abriendo macrogranjas en zonas con poca población, pero que sufre las consecuencias de la contaminación que estas provocan, que soporta cada día olores nauseabundos y que ni siquiera puede beber el agua de su propia casa. Tampoco se defiende con la ganadería extensiva, ni convirtiendo el monte en cultivos de trigo o de avena para los animales. Y tampoco se defiende organizando fiestas en las que la agonía de un toro es el principal atractivo.
El medio rural no necesita ni se beneficia de la caza, sino todo lo contrario. La caza solo genera pérdida de biodiversidad, pero no supone ningún tipo de control ni equilibrio como proclaman los cazadores para excusarse. Porque eso del equilibrio no es más que una excusa para matar y divertirse los domingos por la mañana. Sin embargo, esos lobos o jabalíes a los que tanto demonizan sí son necesarios y enriquecen el medio rural. Son, de hecho, muchísimo más necesarios que sus verdugos. Muchos ataques de lobo a animales de ganaderías resultan ser falsos, o se culpa al lobo cuando este no ha tenido nada que ver, o incluso son los propios ganaderos quienes llaman la atención de los lobos para después cobrar las ayudas.
El lobo debe ser protegido, pero hay a quienes les da igual perder una especie, porque lo único que quieren es saciar sus deseos de matar. Y si de verdad existieran problemas de ataques continuos, o incluso de descontrol de la población, la solución no está en una escopeta. Si fuera así, durante todo el tiempo que ha estado permitida la caza de estos animales, ya se habría solucionado el problema. Lo mismo se puede decir de otras especies a las que se les acusa de dañar los cultivos, como jabalíes o conejos.
La caza es un llamamiento a la España vaciada, esa que tanto nombran. Nadie quiere ir a vivir a un lugar donde es peligroso hasta dar un paseo, donde los tiros son la banda sonora de cada fin de semana y los quejidos de los perros de caza, la de cada día. Mientras tanto, tratan de engañarnos diciendo que es necesaria, pero son conscientes de que la mayoría de la población rechaza la actividad cinegética.
Pancartas
Viendo algunas de las pancartas presentes en la manifestación, no quepo en mí de mi asombro al ver cómo tienen la osadía de poner, en letras bien grandes, «sí a la caza, sí a la vida». No nos engañemos, la caza solo es muerte, solo quita vida, pero no aporta nada a la calidad de esta para nadie, ni para los habitantes de los pueblos, ni para los animales. ¿Dónde queda la vida cuando un ciervo muere desplomado, en cuestión de segundos, por un tiro? ¿Dónde queda la vida cuando asesinan a una madre de la que dependía una o varias crías? ¿Dónde queda la vida cuando el capricho de unos pocos destroza familias o grupos de animales? Eso sí que es un desequilibrio.

Otra de las pancartas decía algo como «castraos vosotros y vosotras», en referencia a la esterilización de los perros de caza planteada en una Ley de Protección Animal que ni siquiera ha sido aprobada aún, y burlándose del lenguaje inclusivo. Cazadores de extrema derecha pidiendo que les dejen criar perros para abandonarlos, colgarlos de un árbol, matarlos de soledad o venderlos para que otros lo hagan. Sí, esos que dicen amar a los animales. Si de verdad los amaran, sabrían que esterilizar es un acto de responsabilidad y de amor. Pero los cazadores no saben nada de eso. Y yo mejor no sigo comentando pancartas.
Por otro lado, a la manifestación no faltaron señoritos que jamás han pisado el campo, salvo algún que otro domingo para dar un paseo a caballo o para pegar unos tiros, pero que nada tienen que ver con el mundo rural. Como persona de pueblo, me avergüenza que estos traten de representar a la gente del medio rural. Desde luego, a mí no me representan, pero sé que el caciquismo ha estado presente en los pueblos desde hace siglos. Y esto es solo un ejemplo actual. Estos señoritos aparecieron montados a caballo. También había otros animales en esta manifestación. Luego dirán que aman a los animales. Quizá quienes rechazamos el maltrato animal hemos pisado más el campo que muchos de los que hoy se han manifestado y dicen defenderlo.
Porque animalistas y ecologistas no solo están en las ciudades. También vivimos en los pueblos, y estamos hartos de la caza, de la tauromaquia y de las macrogranjas. Defender todo esto no es defender el medio rural, sino defender los intereses de unos pocos, además de hacer un flaco favor al campo y a las personas que lo habitan.
Sin embargo, y por mucho que se quejen de las leyes, lo cierto es que los cazadores cuentan con el apoyo de las administraciones en nuestro país. Son un sector con poder de presión, y además, la extrema derecha se hace eco de sus reivindicaciones para ganar votos. Afirman que los animalistas somos subvencionados, cuando ellos se han gastado miles de euros en todos los autobuses que han contratado para llevar a Madrid a personas de todo el territorio español, y cuando los únicos que reciben subvenciones son quienes explotan a los animales y quienes denuncian falsos ataques de lobos, y no quienes los defienden.
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