Visita al zoo

Un gorila en un zoológico

Como les ocurre a muchos niños, de pequeña mi plan perfecto era ir al zoo. Siempre que iba de vacaciones a cualquier sitio preguntaba si había un zoológico para ver animales, porque siempre me han gustado los animales, pero todavía no me habían explicado lo que estos lugares son en realidad: cárceles. Por mucho que los vendan con palabras como «conservación», «educación» o «ciencia».

Los zoológicos no conservan nada más que el negocio de sus propietarios. Tampoco educan, porque solo se puede aprender sobre los animales salvajes viéndolos en libertad. Ni cumplen una labor de investigación, porque el principal objetivo de estos lugares es vender entradas. Todas esas labores pueden realizarse de forma ética y sin hacer de ello un negocio.

Una de mis visitas al zoo durante mi infancia me marcó especialmente. Aquel día vi todo tipo de animales. Recuerdo muy bien a los osos y a las serpientes que tanto me impresionaron, pero sobre todo, el que más me sorprendió fue un gorila. Jamás había visto un animal de esta envergadura, y no voy a negar que me gustó ver uno por primera vez. Pero también hubo otras muchas cosas que no me gustaron.

El primate se encontraba en una especie de bosque artificial rodeado de paredes de cristal. Por supuesto, nada comparable a la selva real. Aquel gorila comía un plátano dando la espalda a las decenas de personas que lo contemplaban tras esa pared transparente. De ese momento odié muchas cosas: el ruido de las voces de toda esa gente; la cantidad de individuos que allí se encontraban, entre los que apenas se podía caminar, y el sentimiento que imaginé que debía tener ese gorila. Quizá tristeza o quizá aburrimiento, pero supe que aquel animal no era feliz, como seguramente tampoco lo fue Copito de Nieve, el gorila albino del zoo de Barcelona del que también quedaba prendada cada vez que lo veía en la televisión cuando era pequeña.

Es cierto que todavía tardé varios años en indagar sobre lo que son los zoológicos para los animales y cómo estos son y han sido utilizados en estos como si fueran mercancías. Hoy recuerdo que yo también participé, de algún modo, de esa explotación. Mis padres jamás reflexionaron sobre este tema y pensaban que visitar el zoo era un buen plan para los niños. Ahora sé que conocer a los animales nada tiene que ver con acudir a un zoológico un día de vacaciones.

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