Las peleas entre animales de la misma o de diferentes especies se remontan a siglos de antigüedad. Así lo vimos cuando hablamos del surgimiento de las peleas de gallos, o hace dos semanas, cuando nos centramos en ciertos espectáculos de la antigua Roma. Por suerte, estas prácticas romanas ya no forman parte de nuestra sociedad, aunque podríamos compararlas con eventos que sí siguen celebrándose, como las corridas de toros. Lamentablemente, hay aspectos de este tipo que arrastramos todavía en la actualidad y que implican un evidente maltrato animal. Es el caso de las peleas de perros.
Los perros hoy son una especie tan amada como despreciada, ya que además de ser nuestros compañeros de vida, muchas veces sufren el abandono y el maltrato físico por parte de los humanos. Y cuando hablo de maltrato, no solo me refiero a golpes o a la falta de atención y cuidados que viven muchos canes por la irresponsabilidad de quienes deberían ser sus responsables, sino también a las peleas de perros a las que hoy voy a referirme. Porque aunque sean los animales los que pelean, es el humano el que maltrata, obligándolos a hacerlo y a base de unos entrenamientos crueles. Y porque es el humano el causante de cualquier herida, sea o no física.
Antecedentes
Las peleas de perros tal como las conocemos hoy tienen algunos antecedentes. En Roma, los perros eran utilizados en luchas contra otros animales, y también en las propias guerras entre humanos. De esta manera, en el año 43 d.C., perros, británicos y romanos participaron juntos en la conquista de Gran Bretaña. Los primeros utilizaron mastines, mientras que los segundos usaban otros perros entrenados para la guerra. De hecho, los propios romanos trasladaron a Roma a los mastines utilizados en las contiendas admirados por estos. Sin embargo, allí los entrenaron para tornarlos en agresivos y soltarlos en el Coliseo con un león o un elefante, o los cruzaron con otros perros para lograr razas fuertes que utilizar en sus guerras.
Desde el siglo XIII hasta el XIX, un juego llamado bull baiting, que enfrentaba a perros contra toros, fue popular en Inglaterra. De hecho, las palabras bulldog o bull terrier con las que hoy describimos dos razas proceden de esta práctica. Los ingleses también organizaban luchas entre perros y osos (bear baiting), y a veces, incluso entre canes y ratas (ratting). En este último juego, se daba un límite de entre 30 segundos y un minuto para que un perro asesinase a tantas ratas como fuera posible. Por prácticas como estas, acabó reduciéndose tanto la población de osos como la de toros en el territorio inglés.

Pero no fue hasta el siglo XVIII y en Gran Bretaña cuando aparecieron las primeras peleas de perros. En 1835, ante la preocupante reducción de ejemplares de toros y osos, el Parlamento Británico prohibió el uso de cebos. Ya no se podía poner a pelear a un perro contra un toro, pero sí eran legales las peleas entre dos perros, práctica que los ingleses no tardaron en trasladar a Estados Unidos y al resto de Europa, Asia y América Latina, aunque en una minoría de países fueron prohibidas a partir de 1860.
Durante los siglos XVIII y XIX, se desarrollaron razas utilizadas para este fin, como el citado bull terrier, que se creó mediante el cruce entre el bulldog y el terrier inglés con el pointer español. También del cruce entre el bulldog y el terrier nació el pitbull, otra de las razas utilizadas para peleas, aunque originalmente eran usados para luchar contra osos o toros; o el staffordshire terrier americano, también usado en peleas contra otros animales. El boxer o el rottweiler son otras razas creadas a base de cruces para peleas o defensa, aunque el primero apareció en la Alemania del siglo XIX y el segundo se remonta a la época romana.
En Estados Unidos, las peleas de perros se generalizaron a principios del siglo XIX, pero en 1866, se prohibieron en el país norteamericano todos los «deportes de sangre» con animales.
Actualmente, la mayoría de los países del mundo consideran ilegal esta práctica, aunque sigue estando permitida en Japón y en algunas partes de Rusia. Además, en muchos lugares se realizan de forma clandestina. Pero en estos casos, la ilegalidad no solo está en las peleas en sí mismas, en el maltrato, en el robo de animales para los entrenamientos o en el uso de drogas, sino también en el tráfico existente entre perros considerados de peleas.
Apuesta por el maltrato
Las peleas de perros, como las de gallos, mueven grandes cantidades de dinero en apuestas. Los animales son escogidos por sus características, preferentemente de cuerpo pequeño, mandíbula fuerte, cabeza grande, morro achatado o patas cortas. Además, se les suele cortar el rabo y las orejas.

Los entrenamientos comienzan en cuanto nace el animal. Una de las prácticas es colgarlos de las orejas para rechazar a los que más se quejan. Antes de una de esas peleas que tanto dinero mueven, los perros se han enfrentado a otros en esos entrenamientos, para los que se utiliza otro tipo de perros, a veces robados y otras veces abandonados. Más adelante, estos se sustituyen por canes más grandes, pero debilitados; o por animales sin dientes ni uñas, pues estos se les arrancan. Después de todos estos entrenamientos, se considera que un can es apto para luchar, y el sufrimiento continúa en el momento de la pelea, no solo para el considerado perdedor, sino también para el ganador, pues no se libra de las lesiones y heridas.
En las peleas, muchas veces los perros son dopados con la intención de que se muestren más agresivos. Estos animales tienen una vida muy corta, están continuamente heridos, son maltratados, se les priva de comida para que aumentar dicha agresividad, casi siempre permanecen atados y ocultos al resto de la sociedad. Algunos de ellos, sobre todo los que han dado a sus codiciosos propietarios los resultados esperados en esas aberrantes peleas, son vendidos a otras personas. Conociendo todos estos datos, podríamos preguntarnos el motivo por el que todavía seguimos considerando que hay perros potencialmente peligrosos (ppp), como algunas de las razas ya citadas, cuando son los humanos que los entrenan y obligan a pelear quienes realmente son peligrosos. Un pitbull o un rottweiler no van a comportarse de forma agresiva porque nacen agresivos, sino por la educación que se les da o que nunca han recibido.
FUENTES
El País (1998). Las razas de combate.
Ichi.Pro (s.f.). Una breve historia de las peleas de perros.
Rodal, E. (1998). Peleas de perros, peleas de hombres. El País.
World Dog Finder (s.f.). Pelea de perros a través de la historia.