Oficialmente, el país en el que vivimos se llama España, pero bien podría llamarse «Coto», porque más del 80% de nuestro territorio corresponde a cotos de caza. Así, basta con darse un paseo por el campo en cualquier pueblo español para toparse con ese cartel donde podemos leer «coto privado de caza». A más de uno le sorprendería lo cercanos que están esos carteles de algunas viviendas y otras propiedades privadas, pero en el mundo rural esto está normalizado.
En España, la caza es una actividad regulada que únicamente puede realizarse en cotos, algo que, a priori, sería una buena noticia si no supiéramos el porcentaje de nuestro territorio donde se puede practicar. Pero la realidad es que los animales salvajes no escapan a los disparos de los cazadores prácticamente en ningún lugar del país.
Es indudable que los cazadores españoles disfrutan de muchos privilegios, a pesar de que no llegan ni al 2% de la población. Pero son un colectivo muy inconformista. No les basta con disponer de casi todos nuestros campos y moverse a sus anchas por ellos. Ellos quieren también cazar en espacios protegidos. No les basta con cazar jabalíes, zorros o conejos. Ellos también quieren abatir a especies protegidas, como los lobos. No les basta con tener un arma que a cualquiera intimida. Ellos quieren realizar modalidades o técnicas de caza prohibidas. No les basta con arrebatar la vida a incontables animales. Ellos quieren siempre más.
Ellos son cazadores. Se creen con el derecho de entrar en propiedades privadas o de dejar a sus perros hacerlo. Se creen que el mundo rural son ellos y nadie más. Ellos son cazadores y no se les puede decir nada porque están haciendo una labor de equilibrio medioambiental muy importante (nótese la ironía).
Los cazadores se creen importantes, y lo peor de todo es que buena parte de la población del mundo rural que no caza también cree que lo son. Quienes opinamos de forma diferente somos una minoría que suele permanecer en silencio porque meterse con los cazadores no es fácil.
Y estos son los cazadores de pueblo. Los de familias normales, con unos trabajos comunes aunque en su tiempo libre se dediquen a matar. Pero la caza no es esto, y puede que esas personas que tanto la defienden no sepan que es otro negocio más. Puede que piensen que el coto de su pueblo pertenece al Ayuntamiento, aunque muchos de los cotos de caza tienen otros dueños que nada tienen que ver con lo público y que ganan dinero con cada cacería. Hablamos de aristócratas y dueños de grandes empresas (qué casualidad, muchas de ellas dedicadas a la producción de carne o a la cría de toros de lidia). Esta información puede consultarse en el artículo «España es un gran coto de caza«, publicado en El Salto.
Tal vez sea esa la razón de que la caza perdure todavía en el siglo XXI, a pesar del pequeño porcentaje de la población que la practica y de que cada vez hay menos licencias. No nos resulta para nada extraño que haya políticos que pretendan promoverla en los colegios.
Pero seamos optimistas. Hay esperanza. Algunos de los supervivientes de la caza tienen una segunda oportunidad en los santuarios de animales, en terrenos libres de caza, aunque muchas veces tienen que convivir con esta actividad. El santuario El Hogar ha hecho varias publicaciones al respecto.